7 de diciembre de 2023

VALORES NATURALES




Razones naturales


Los pensadores estoicos se esforzaron por ofrecer una explicación racional de la naturaleza: una “física” en términos de actividad inteligente. Para ellos, la naturaleza es increada e imperecedera, un ser viviente que se confunde con Dios; Natura es razonable, es decir con Lógos, pues la Razón es su principio activo mientras que la materia es su principio pasivo; el vehículo de la razón o ley natural es el Pneûma (aliento divino o espíritu vital).

El Pneûma (palabra poética que ha servido en español para el prosaico "neumático") da coherencia y mantiene unidas las partes del Universo en armonía tensa mediante la “simpatía universal”, como un fluido que se expande a través de la totalidad del mundo, una corriente análoga a un campo de fuerza que activa la materia (energía). Para los estoicos el universo es una esfera que se transforma eternamente en ciclos recurrentes y cuyo principio y fin es una conflagración (ekpyrósis), un fuego análogo a la Gran explosión o Gran implosión de las cosmologías contemporáneas. 

La Naturaleza es por todo ello un “artífice”, un fuego artístico (Pyr technikón), un juego creativo que se dilata y contrae, en que subyacen intenciones benevolentes y buenos propósitos. Si bien no hay ciencia sino de lo general, la existencia es de los particulares y cada particular es un cuerpo. Aunque todo es cuerpo, los estoicos admitían cuatro clases de nociones incorpóreas: lo expresable, el vacío, el lugar y el tiempo.

A los cuerpos de una clase de animales la madre Naturaleza les da participación en su esencia racional, aunque de modo imperfecto. Los hombres poseen un alma inteligente que no es otra cosa sino una parte del soplo divino. Oponerse al designio de la Naturaleza es tan inútil como contraproducente, porque la Naturaleza arrastra al que no obedece sus designios, al que se rebela contra su fatum: “Fata volentem ducunt, nolentem trahunt”, sentencia Séneca (4 a.C.-65 d. C.). Cervantes, por inspiración neoplatónica tomada sobre todo de los Diálogos de amor de León Hebreo, recogerá esta concepción optimista y armonista de la naturaleza a la que llamará "mayordomo de Dios" en su Galatea (1585). La naturaleza como realidad divina. Como para Séneca, también para el autor de el Quijote el error es una ruptura de las acordadas armonías de la naturaleza.

El problema del  mal

El problema del mal puso a prueba el optimismo estoico respecto a la consideración inteligente y racional de la Naturaleza. Para Crisipo (280-210 a. C.) nada es estrictamente un mal salvo la flaqueza moral. Sin embargo, ni las enfermedades ni el dolor ni las calamidades naturales pueden ser siempre atribuibles a la depravación humana. Pero estas desgracias inopinadas no socaban la confianza de Crisipo en la Providencia de la naturaleza. Podríamos decir que “no hay mal que por bien no venga” o que cada desastre aparentemente azaroso o fortuito tiene su razón de ser peculiar y su utilidad en relación al todo. Sucede que la razón humana, perfectible pero limitada, no comprende del todo esa razón común (Lógos). Y es que para los estoicos el término Naturaleza abarca juntamente el modo como son las cosas y el modo como tienen que ser. Bueno y bello (honestum) es, por principio, lo natural.

Los estoicos mucho antes que Leibniz ya sostuvieron que este es el mejor de los mundos posibles, tanto desde el punto de vista técnico-estético como ético. Por consiguiente, no hay más imperativo moral que armonizarse con la Naturaleza que somos. Es lo que hace el sabio. Aún también antes que Kant, los estoicos propusieron un ideal de independencia del carácter que no excluye la relación solidaria, la simpatía cósmica, con su correlato de cosmopolitismo y su significación ecológica. El hombre bueno y feliz hace de (su) Naturaleza casa común. Igualmente, los maestros estoicos son un antecedente claro del “formalismo moral” del filósofo prusiano, pues no hay ninguna acción que sea buena o mala en sí…, y todo depende del propósito o fin de la voluntad libre, de la actitud más que del acto. La intención es lo que cuenta y sólo la voluntad puede ser esencialmente buena en este mundo.

Funciones axiológicas

La idea de que no hay males y bienes en sí ha sido defendida recientemente por Javier Echeverría como hipótesis teórica en su Ciencia de bien y del mal (Herder, 2007): “No hay bienes ni males en sí: los bienes y males son resultado de valorar algo”. Bienes y males resultan por consiguiente de una acción, mental si se quiere, corporal la mayoría de las veces, que se lleva a cabo sobre algo (“por sus obras los conoceréis”). Esto equivale a decir que bienes y males son resultantes de la aplicación de funciones axiológicas, funciones que no sólo aplicamos los humanos, sino también los animales; una ardilla valora la nuez y la esconde porque la aprecia en su despensa. Cuando ya no puede más, el perro entierra los restos de su comida; le servirán para otra vez…

No hay males ni bienes sin valores. Por eso piensa Javier Echeverría que para desarrollar una ciencia del bien y del mal hay que partir de alguna teoría de los valores, es decir, de una axiología. Todo valor genera bienes y males. Si el agua es un bien valioso, la sequía será un mal y despilfarrarla estará mal. Los valores y sus opuestos (los contravalores) son más abstractos que los bienes y males.

Los estoicos analizaron la relación de estos valores con las tendencias fundamentales de la vida: instintos o impulsos básicos, conatos y apetitos. La tendencia fundamental es el instinto de conservación que encontramos en todos los vivientes, no el placer que ese instinto implica. En la misma línea, Echeverría afirma que la emergencia del dolor y el gozo es clave en la evolución natural, pero que hay males previos al dolor y bienes previos al gozo. El instinto de conservación impulsa al animal a buscar lo que vale para él y le da una especie de conciencia de sí mismo que le permite vivir de acuerdo con la naturaleza. “Por eso mismo los niños buscan lo que les es útil y huyen de lo que puede dañarlos; y no sería así –dice Cicerón comentando el punto de vista estoico- si no obedecieran a su naturaleza y no temieran la destrucción”. No experimentarían deseos si no tuviesen alguna conciencia de sí mismos y, por lo tanto, algún amor de sí (amor propio, mejor que “egoísmo”). “De donde debemos concluir que el amor de sí mismo ha sido el primer principio” (De finibus, III).

Una axiología naturalizada

Javier Echeverría se ocupa de estos bienes y males primarios que denomina valores y contravalores básicos, naturales o físico-biológicos. Están en el origen del bien y el mal. La misma teoría darwiniana postula un valor principal: la supervivencia. Pero hay otra serie de valores básicos que compartimos con el resto de animales, incluso con las plantas: nutrición, respiración, crecimiento, movilidad, duración, reproducción, etc. Hecho indiscutible, que puede oponerse a incautos ilusos, cándidos utopistas y maniqueos irredentos, es que no hay bienes sin males ni males sin bienes. La emergencia de nuevas capacidades dota de aptitudes tanto para el bien como para el mal. En nuestro caso, tales aptitudes manuales e inventoras son ciertamente tan extraordinarias y -se podría decir- tan sobre-naturales, que estamos en condiciones técnicas de editar, transmutar y corregir aquellos designios naturales que hemos destapado en el fondo de los cuerpos, en los códigos genéticos de los vivientes.

Evidentemente, sólo podemos atribuir valores a la naturaleza superando la concepción antropomórfica de valor y desde una perspectiva holística que no pretenda reducir valores a ideales meramente espirituales. En una axiología naturalizada es la experiencia del mal la que nos enseña a discernir el bien, así como conocemos lo necesario, práctico y útil que nos resulta el juego del dedo gordo cuando sufrimos artritis de pulgar. A juicio de Echeverría, el mal mayor consiste en confundir lo bueno con lo malo y en no distinguir los múltiples colores y contornos del bien y el mal: sus grados y límites.

Valores simbólicos e ideales

Por supuesto, a los valores animalescos: agua, alimento, reproducción, calor, inmunidad, seguridad… el humano añade valores simbólicos: religiosos, políticos, espirituales, estéticos, culturales… que se consolidan o fundamentan en base a relatos y mitos, igual que hay bienes y males sobrenaturales o metafísicos, pues los seres humanos nos creamos mundos fantásticos, utopías, ilusiones (tónicos de la voluntad, según Ortega), proyectos que tienen efectos reales sobre nuestras conductas porque somos también lo que creemos y nos hacemos según lo que buscamos.

¡Para bien y para mal! Pensemos en las innumerables guerras y exterminios que se han cometido y cometen en nombre de Dios (o del Sagrado Progreso). Y no bastará con suprimir a Dios o reconocer como Sloterdijk que esa esfera metafísica ha implosionado en una pluralidad de esferas, burbujas y espumas, pues lo cierto es que los valores sobrenaturales guían las acciones de millones de personas. Además, quienes apuestan por valores espirituales o utópicos, en base a religiones tradicionales, en nuevas sectas o religiones políticas, suelen afirmar la primacía de ellos sobre cualesquiera otros. Así, la salvación eterna vale más que la vida, el martirio merece la pena, o el proyecto de una sociedad perfectamente justa justifica el uso del terror, la deportación masiva o el exterminio de quienes se opongan a fines tan nobles.

En cualquier caso, el conflicto es inexorable cuando dos sujetos defienden sistemas de valores contrapuestos y degenerará fatal en violencias y horrores si no tenemos por virtudes, como hicieron los estoicos, el uso dialéctico de la racionalidad y el conocimiento de la naturaleza como entorno compartido, casa habitable y atmósfera global respirable. Cicerón dejó muy claro el valor de la lógica y de la física (o de la biología): “Sin el arte de la dialéctica [Lógica] cualquiera puede alejarse de lo verdadero y caer en el error”… “Ni la piedad hacia los dioses ni todo el reconocimiento que les debemos pueden ser comprendidos sin una explicación de la naturaleza” (De finibus, III).


Del autor:

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