14 de abril de 2023

CONVICCIONES Y RESPONSABILIDAD

 



Principios morales y responsabilidad

Para Enmanuel Kant (1724-1804) nada podía ser bueno en este mundo salvo la recta intención de la voluntad. Su ética era una moral de la razón pura práctica, o de los principios y de la intención (Gesinnungsethic) atenta a fines últimos, humanitaristas, más que a los medios empleados para alcanzarlos y legitimada por la buena voluntad y el sentido del deber, con independencia de las consecuencias de nuestros actos. "Haz lo que debes", sea lo que fuere que se siga de ello.

Pero ya sabemos que “de buenas intenciones está el infierno lleno”, expresión metafórica que viene a figurar que los humanos tenemos una facilidad extraordinaria para jugar con dobles y hasta con triples intenciones y para engañarnos a nosotros mismos en torno a cuáles sean las más profundas o verdaderas. Y hasta puede suceder que no las conozcamos pues por debajo de la conciencia empujan fuerzas anímicas inconscientes, que desconocemos y a duras penas dominamos.

Max Weber (1864-1920) complementó la ética kantiana de la intención voluntaria con una moral de la responsabilidad. Como la relación con los otros es inevitable cuando pensamos moralmente, Weber denomina "ética de la responsabilidad" (Verantwortungsethic) a la que debe observar el político, pues no puede atenerse sólo a sus convicciones y principios para justificar sus actos. Contrariamente a la ética de Kant, que hizo suyo el principio fiat iustitia pereat mundus, el político ha de velar por "la conservación del mundo" además de procurar que sea justo, tomando muy en cuenta las consecuencias de sus decisiones. Para Weber, el político que no se sienta responsable de las consecuencias de sus decisiones, no es digno de poner la mano en el arado de la política.



Para Weber ni bastan las buenas intenciones ni es posible justificar y concretar unos fines últimos universales. Es perfectamente consciente de la secularización del mundo y de la pluralidad de creencias en las sociedades modernas. Los grandes valores se dicen de muchas maneras y hay muchas formas de ser cristiano, pacifista, feminista o ecologista(1). 

El hombre de acción, y todos lo somos porque incluso pensar y hablar son acciones, ha de tener en cuenta la consecuencias de sus actos y adherirse a una ética de la responsabilidad aunque actúe por convicciones morales. Esto desde luego no quiere decir que Weber piense que sea posible actuar responsable e inmoralmente, o que haga falta ser inmoral para ser responsable, o que ser responsable signifique carecer de principios. Al contrario, el buen político es aquel o aquella que, atendiendo a principios, se dice "no puedo hacer más, así que me detengo". Mantiene sus principales convicciones a la vez que tiene en cuenta las consecuencias de sus actos, de las leyes que promulga o de las ejecuciones que ordena. Un político responsable es lo contrario de un fanático.

En efecto, Weber se plantea el problema de si existen dos morales esencialmente distintas: la de la responsabilidad y la de la convicción o de los principios. Pues, a primera vista, parece que no es sensata la persona que actúa exclusivamente según la moral de la convicción, por principios, pues nadie tiene derecho a desinteresarse de las consecuencias de sus actos. Y por otra parte, un "consecuencialista" extremoso caería en el maquiavelismo de "el fin justifica los medios". 

Pero normalmente se obra por convicción y para obtener ciertos resultados. Weber no quiere decir que el moralista de la responsabilidad no tenga convicciones, ni que el moralista de la convicción no tenga sentido de la responsabilidad, lo que sugiere es que, en condiciones extremas, ambas actitudes puedan contradecirse, y que uno antepone al éxito o al logro del bien común la afirmación intransigente de sus principios y el otro sacrifica sus convicciones a las necesidades de triunfo o consecución de proyectos benevolentes, siendo "morales" tanto uno como otro dentro de una determinada concepción de la moralidad.

Toda una escuela, cuyo más ilustre representante es Maquiavelo, sostiene que la esencia de la política se revela precisamente en condiciones extremas. No obstante, un político o una política deben ser, al mismo tiempo, convencidos y responsables. Damos por hecho que solo somos responsables, es decir sólo podemos responder de lo que estamos en condiciones de decidir. 

¿Por qué elección moral optaremos cuando es preciso mentir o perder, matar o ser vencido? "¡Optaremos por la verdad, pues nunca se debe mentir! ¡No mataremos en ningún caso!" -responde el moralista de la convicción. "¡Elegiremos el éxito y la victoria, aunque haya que matar!" -responde el moralista de la responsabilidad. Las dos elecciones son morales con tal de que el éxito que este último quiere sea el de la ciudad o el de la nación que gobierna, y no el suyo propio.

El no incondicional, absoluto, a riesgo de perderlo todo, el no del extremista y del fanático, es la expresión última de lo que Weber llamó la moral de la convicción, sin embargo no hay "responsable" que no se vea forzado, tarde o pronto, a decir también "no", "no atravesaré esa línea roja", "no traicionaré hasta ese punto mis convicciones más profundas", cualquiera que sea el precio que por ello tenga que pagar...

Glosando a Max Weber, escribía Rafael Sánchez Ferlosio en su columna de "Calendas griegas" (28, mayo 1993): 

"Pasiones y principios tienen de común la irresponsabilidad de no reparar en consecuencias ¿Acaso Fiat iustitia et pereat mundus es menos ciego y absoluto que Rigth or wrong my country? La sospecha de que un principio puede no ser, a la postre, más que una pasión aumenta al considerar que el primer -o último- juicio parece que tiene que ser necesariamente, por su sola posición, un juicio de valor. Y ahora, al mirarlas por segunda vez, encuentro que las dos consignas ponderadas están insospechadamente próximas"

Adela Cortina, gran conocedora de la ética discursiva o comunicativa de Karl-Otto Apel (1922-2017), autora con independencia de criterio, distingue entre una ética de la convicción responsable y otra de la responsabilidad convencida, dando a entender que son dos caras de una misma moneda o dos enfoques diferentes de la Ética. Según Javier Muguerza, A. Cortina puede tener razón, porque la distinción weberiana no apuntaba a dos éticas alternativas sino a dos tipos ideales que en la realidad no se dan nunca en estado puro ni separados entre sí, sino confundidos y entremezclados el uno con el otro.

Una pura ética de la convicción y una pura ética de la responsabilidad resultarían sendas aberraciones morales, tanto el Fiat iustitia et pereat mundus (hágase justicia aunque se vaya a pique el mundo) como el Fiat iniustitia ut supersit mundus (toleremos la injusticia para salvar el status quo) son justificaciones insuficientes y culpables.

¿Cómo se relacionan ambos planos, el de los principios morales y el de sus aplicaciones prácticas? No se trata de una relación ni deductiva ni inductiva. Los principios de la ética discursiva no son axiomas, sino principios procedimentales bajo la amplísima formulación apeliana de “¡Obra siempre como si fueras miembro de una comunidad ideal de comunicación!”. Adela Cortina reforma el dictum de Apel así: “¡Obra siempre de modo que tu acción vaya encaminada a sentar las bases (en la medida de lo posible) de una comunidad ideal de comunicación!”. Una comunidad ideal de comunicación es aquella en que los comuneros intervienen en un régimen de igualdad y libres de toda coacción, añadiríamos con Habermas.

Conclusiones

Algunos interpretan a Weber en el sentido de que la Ética y la Política están condenadas a no ir nunca juntas. Según Aranguren, Max Weber puso de relieve que la dirección moderna de la historia es la intensificación de la tendencia a ajustar y reajustar, es decir, a justificar (por más que esta justificación nos parezca discutible), justificamos modos de convivencia que adoptábamos antes sólo por tradición. La sociología repite en el plano del conocimiento esta dirección. El hecho es que crece tanto en la realidad social como en la ciencia de la realidad social la carga de eticidad y la atención al fin de las instituciones, a cuyos miembros suponemos exigidos a dar razón de sus decisiones y arbitrios o, al menos, obligados a dar justificación legal-racional de cuanto ordenan.

El hombre no se asocia sólo para sobrevivir, sino también para "vivir bien" (euzeîn), según la lección de Aristóteles, esto es, nos asociamos con y por un fin moral. De lo que cabe deducir que el hombre posee una estructura social porque posee una estructura moral (moralitas in genere), en el sentido de que debe hacer su vida, que no le es biológicamente dada como al animal. Por eso se puede decir que "la sociología se funda, pues, en la ética (como la realidad social en la realidad moral) y revierte a ella" (2). 

¿Y la política? ¿Podemos pensar la política como una ampliación social de la ética personal al espacio público?

Puede pensarse que subordinar la Ética a la Política no es otra cosa sino someter la ética individual a la colectiva, pues por ética colectiva ha de entenderse también la política y, aunque esta sea democrática, la mayoría no somos todos, como decía Agustín García Calvo, además de los que somos, están los que han de venir. La subordinación de la ética a la política, del deber al poder, ha alcanzado y puede alcanzar consecuencias imprevisibles y nefastas, como cuando Lenin manifestaba que es moral toda acción que favorece al partido e inmoral la que lo perjudica.

Pero la ética social no es un mero apéndice de la Ética, ni tampoco su simple aplicación a una zona de la realidad, sino una de sus partes constitutivas. Somos en comunicación y vivir es convivir. Lo que significa que las expresiones Ética general y Ética individual no son equivalentes. La Ética general en cuanto ética de la persona, ha de abrirse necesariamente a la ética social, a la interacción y a la comunicación, y por mejorar esas relaciones y sus posibles consensos, que habrán de estar fundados en buenas razones y sentimientos compartidos y pensados


Notas 

(1) Victoria Camps. Virtudes públicas, cap. III. "La responsabilidad", Austral, Espasa-Calpe, 1990, pg. 57.
(2) José L. López Aranguren. Ética, cap. 22, Alianza 1958.

Bibliografía consultada:

Carlos Gómez y Javier Muguerza. La aventura de la moralidad. Paradigmas, fronteras y problemas de la Ética, Alianza, 2007, especialmente el cap. 9: "Racionalidad, fundamentación y aplicación de la ética" (Javier Muguerza).