13 de octubre de 2020

PADRE, HIJO Y ASNO


¡PORQUE NO ENGRASO LOS EJES, 

ME LLAMAN ABANDONAO…

Sucedió que un padre y un hijo volvían de una feria en la que habían comprado un asno al que llevaban delante descargado, camino de su aldea. Viéndolos un labrador que araba junto al camino, indiscreto comenzó a reírse de ellos, porque siendo uno viejo y otro niño y ambos de pocas fuerzas para caminar dejasen ir al pollino ligero. Por eso el viejo, que apreció la razón del labrador, hizo a su hijo caballero. 

Sin embargo, poco después un pastor que apacentaba su ganado le desengañó, porque ya mayor y con evidente artritis el padre penara detrás y cojeara, mimando a su hijo de esa manera. 


El padre comprendió aquella franca censura y apeó al hijo de la cabalgadura y subió y montó al burro hasta un pueblo cercano donde todos le dijeron que hacía mal yendo él, hombre hecho y derecho, tan cómodo, para dejar al nene ir de pie siendo tan tierno. 

Entonces, el buen hombre hizo subir también a su hijo, aunque viendo que el burrito renqueaba cargando a dos, un caminante, tal vez animalista, se compadeció del pollino: 

“¿No os da pena reventar así al pobre asno con una carga tan pesada? ¡Más necesidad tiene el pobre borriquillo, que me recuerda a Platero, de que le lleven a él!”. 

Detúvose a pensar el viejo, suspenso entre tantos pareceres distintos, pues hiciese lo que hiciese siempre habría quien le murmurase y todos, por no callar, le reñirían. No obstante, le pareció bien probar estotro: maniató al asno de pies y manos y, atravesando por ellos un recio palo, él y su obediente hijo lo cargaron en peso, rozando con el suelo hocico y rabo.

Al ver el extraño cuadro, mucha gente acudía y todos muertos de risa, algunos hasta aplaudían. Los más maliciosos le preguntaban: unos, si el hijo y el padre habían perdido el seso; otros, si el asno era su pariente. Con eso se burlaban. 

Por fin, el viejo perdió la paciencia y encolerizado maldijo la feria, al vendedor y mandó el asno al diablo. Ni corto ni perezoso, maniatado como estaba, lo precipitó por un despeñadero abajo, hasta la hondura de un río en el que la desgraciada bestia se ahogó presto, sin entender nada. 

Nos preguntamos qué pensaría el hijo.

Quien se sujeta a pareceres de las gentes

ha de caer en mil inconvenientes.

… SI A MÍ ME GUSTAN QUE SUENEN

PA’QUÉ LOS QUIERO ENGRASAOS!

(A partir de "El labrador indiscreto", en el Fabulario de Sebastián Mey, Valencia 1613)

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