Estación de tren de Taormina (Sicilia) |
No somos como los animales. Sus comportamientos están regulados por instintos. También nuestros actos dependen de los instintos, de las ganas. Pero no siempre podemos hacer lo que nos da la gana, a no ser que queramos comportarnos como animales. Somos un animal tan especial que podemos hacer lo que no nos da la gana. Eso sucede cuando hacemos algo que merece la pena aunque no nos guste, o cuando sacrificamos un bien menor por un bien mayor.
Nuestro comportamiento también depende, pues, de las costumbres y de las intenciones, que pueden ser buenas o malas, y no sólo de las ganas. El animal hace sólo lo que le da la gana. Se puede decir que es "esclavo" de sus ganas e instintos, despertados por estímulos externos; mientras que los seres humanos hacemos lo que creemos que nos conviene, aun sin ganas. Por ejemplo, nos lavamos los dientes todos los días para conservarlos sanos, o limpiamos la mesa después de comer, aunque no nos apetezca; guardamos una chuchería para el recreo, aunque tengamos muchas ganas de devorarla; dejamos pasar a una señora cargada por la acera, aunque tengamos prisa; el buen conductor respeta los límites de velocidad, aunque tenga ganas de correr como Fernando Alonso; sacamos la basura al contenedor, aunque no sea una actividad agradable, etc.
Así pues, a nuestra naturaleza animal (genérica), se une una "segunda naturaleza" moral (específica y personal), hecha de costumbres y actitudes, de normas y de propósitos, de tradiciones e inventos, de creencias, técnicas, artes y conocimientos científicos. A nuestro genio heredado (temperamento), se suma un carácter adquirido (en griego, "carácter" se decía "ethos", de donde viene la palabra "ética", como ciencia del carácter). La fuerza de este carácter moral, nuestra voluntad o espíritu, nos permite darnos forma y educarnos, como si fuésemos esculturas de nosotros mismos, y nos permite oponernos a las fuerzas de la naturaleza, incluso a la naturaleza propia, cuando juzgamos sus intereses como impropios.
Por lo tanto, nuestra mente es mucho más complicada que la de los animales, si es que puede decirse que ellos tengan una "mente". Tenemos como ellos, emociones elementales: miedo, deseo, asco, alegría, tristeza, rabia, vergüenza, como resortes que nos llevan a esta o aquella acción. Estas emociones son mecanismos de defensa que, como el miedo cuando huimos de un peligro, nos ayudan a sobrevivir; pero que a veces, como el pánico de la gente en un teatro, más bien son un estorbo irracional, porque la gente puede por pánico atropellarse y morir pisoteada. Pero, a lo largo de nuestra larga educación social, estas emociones se refinan en sentimientos complejos, como el desprecio, la amistad, la gratitud, la admiración...
Como otros animales, como las hormigas o los chimpancés, el humano es un animal social, vive en grupos, familias, tribus... Sin embargo, nuestra sociedad no depende de pautas fijas de acción, innatas como nuestros genes, sino de opiniones y decisiones, de tradiciones y conocimientos, de ideales y propósitos. Somos un animal inventor y creativo. Por eso hay distintas sociedades humanas y culturas diferentes. Mientras que todas las abejas hacen el panal de modo similar y se comunican de parecida forma, los hombres tenemos miles de lenguas distintas. Como nuestras ciudades, también nuestras lenguas son un invento cultural. El hombre no es sólo un animal social, sino también un animal político ("político" viene de "polis", palabra que en griego antiguo significó "ciudad-estado"). El hombre no vive en colmenas, sino en ciudades ordenadas por leyes y reguladas por costumbres y tradiciones.
Resumiendo, los seres humanos, al contrario que el resto de los animales tenemos una personalidad moral hecha de temperamento (heredado) y carácter (adquirido y en parte elegido). Los animales, en su inocencia, se comportan siguiendo pautas fijas de acción determinadas por genes; no son responsables porque no eligen. Los seres humanos tomamos decisiones y elegimos entre modelos alternativos de acción, buenos o malos, por lo que tenemos que responder de lo que hacemos; y vivimos en sociedades políticas reguladas por normas, inventadas y diversas.
Además de la salud y la felicidad -que también buscan a su modo los animales- los seres humanos ansiamos vivir dignamente, no nos conformamos con sobrevivir, sino que queremos una vida alegre, justa y bella. Estos son fines propios, determinados por nuestra naturaleza, en parte razonable y racional.
Se ha dicho que el hombre se diferencia de los animales por ser un “animal racional”, y sin duda su dimensión política tiene mucho que ver con su racionalidad y su capacidad para entenderse lógicamente con sus semejantes. Pero cuando intentamos explicar el comportamiento de los seres humanos, no siempre la racionalidad es su motivo principal, y muchas veces ni siquiera es un motivo importante. Si entendemos por racionalidad la capacidad para la lógica, ésta capacidad no es general en todos los humanos, ni hay una sola lógica, ni ha sido precisamente la racionalidad lógica la que ha inspirado nuestra historia o los acontecimientos más importantes de nuestra vida. Nadie, por ejemplo, se enamora "lógicamente", ni se apasiona por la música, los sellos de correos o los coches de fórmula 1, llevado a ello por un cálculo matemático. Sin embargo, si entendemos por "capacidad lógica" la habilidad para comunicar representaciones a nuestros semejantes (vivos o no) por medio de un lenguaje aprendido, entonces sí que podemos definir al ser humano como un animal con logos, esto es, un animal capaz de formular con símbolos sus representaciones mentales de estados de ánimo, cosas o acontecimientos, reales o imaginarios.
Somos el animal que habla, que cuenta, que miente, que persuade, que reza (habla con los dioses), que dicta leyes, que reniega de las leyes, que recita poesía, que formula ecuaciones, que dice lo que las cosas son o no son, que promete, que perdona, que consuela, que asesina...
El lenguaje nos sirve para infinitas cosas, pero básicamente para hacer tres que el resto de los animales no pueden hacer:
1. Para ordenar nuestro comportamiento. Función normativa.
2. Para expresar nuestros estados de ánimo. Función expresiva.
3. Para representar cómo son o no son las cosas. Función lógica.
Por eso se ha dicho que, para el hombre, "el lenguaje es la casa del ser". Si esa casa está en malas condiciones, si se habla mal o el lenguaje se empobrece, es señal de que la vida moral está en decadencia. Quien habla sucio piensa sucio.
La primera función del lenguaje, también llamada directiva o conativa, nos permite formular mandamientos o leyes, para organizar socialmente nuestro comportamiento. Esto es muy importante porque lo que hace al ser humano fuerte y poderoso frente a la naturaleza, lo que le ha permitido sobrevivir y crecer en número y poder desde su origen africano, hace un millón de años, cuando era una especie de mono listo y armado en medio de un paisaje hostil, ha sido precisamente esta capacidad para organizar su comportamiento según leyes y normas: religiosas, morales, técnicas o legales.
Los seres humanos vivimos en ciudades, fundadas y conservadas por leyes: no robarás, no matarás, etc. Estas leyes dan seguridad, continuidad y orden a nuestras relaciones. El cumplimiento de las leyes -si son justas- garantiza la paz social que hace posible el progreso del comercio, el desarrollo de la conversación y de las artes y ciencias, o sea, de la vida propiamente humana. Sin embargo, no puede haber verdadera paz sin justicia. La constitución urbana, civil o política, permite la especialización del trabajo, el aumento de la producción de bienes y servicios, la ampliación indefinida de los fines y placeres de la vida.
No siempre las leyes han sido buenas leyes, pueden ser contrarias a los fines propios de la vida humana y, entonces, es justo oponerse a ellas. Además, las condiciones de la vida humana cambian, así que no sólo es razonable cumplir leyes, sino también cambiarlas cuando entendemos que son injustas o inútiles. Rebelarse contra el orden artificial en que vivimos es algo que no puede hacer una hormiga respecto al orden natural en que medra.
Ya lo hemos dicho, al contrario que los animales, el ser humano no se conforma con sobrevivir. Si así fuera, nos bastaría con las "leyes de la naturaleza". Queremos conservar la salud, desde luego, y vivir una larga vida; pero además nos place tener amigos y ansiamos la dignidad y la felicidad. Todo lo que hacemos -si no lo hacemos a ciegas o "a tontas y a locas"- lo hacemos pensando que es lo mejor o, por lo menos, que es bueno. El bien es lo que todos los seres apetecen. Las tres cosas buenas son la salud, la felicidad y la dignidad. Gracias a la salud podemos jugar y divertirnos, trabajar e inventar, ¡y amar y ser amados!, que es lo más gratificante.
Por tanto, la salud es el primer bien natural de nuestra vida y la condición de todos los demás, pues sin salud, ¿para qué queremos el dinero? Luego, además de vivir, queremos vivir bien, ser reconocidos por los demás como dignos de vivir bien y, sobre todo, con capacidad para vivir felizmente. Buscamos la felicidad por naturaleza, pero su consecución requiere ciertos conocimientos técnicos e incluso artísticos. La dignidad, por su parte, es un fin específicamente ético y humano. Asignamos una especial dignidad a la condición humana y por eso la hacemos merecedora de derechos (a la vida, a la educación, al trabajo, a la expresión, etc.).
Estos derechos no son fáciles de mantener si nos aislamos del resto del grupo con el que naturalmente nos relacionamos (recordemos que ya dijimos que éramos animales sociales y políticos). El ser miembros de una comunidad, el ser CIUDADANOS, es lo que permite luchar por nuestra dignidad como personas. La educación moral del ser humano es por tanto, y sobre todo, Educación para la Ciudadanía: urbanidad, civismo[1], esto es, educación para vivir bien en comunidades urbanas (comunidades “políticas”, sensu lato), educación para el ejercicio activo de la función que nos es propia como seres humanos: la función de animal político o ciudadano, de sujeto civil, y ésta será una buena educación si nos prepara para llevar una vida social saludable, digna y feliz, lo cual sólo será posible en condiciones de libertad y en relación con instituciones justas.
Nota
[1] No es casual que “civismo” y “civilización” tengan la misma raíz. Constituir una civilización es algo más que desarrollar una cultura. El sujeto civilizado tiene una visión abierta, crítica, de la realidad natural y social.
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