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Viñeta del humorista Quino |
Se cuenta que de joven, Tomás de Aquino, que habría de convertirse en enorme filósofo y teólogo, era tranquilo, gentil, con mucha vida interior y grande como un luchador de Sumo. Ensimismado, silencioso, la gente tomaba su inocencia por idiocia. "De bueno, tonto", se suele decir. Le llamaban "il Bue Muto", el Buey mudo.
Un día, sus compas del monasterio, queriéndose burlar de él le dijeron:
"¡Tomás, ven a ver esto! Los cerdos vuelan en el cielo..."
Tomás saltó de pie y se precipitó por una ventana. Los otros monjes se desternillaban de risa.
Él guardó un minuto de silencio y luego dijo en voz baja:
"Prefiero creer que los cerdos pueden volar, antes que pensar que mis hermanos me mienten".
(Como dice los italianos: Se non è vero è ben trobato. Si no es verdad, la anécdota vale como paradigma de santa candidez)
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Alegoría de La Desconfianza (1587-1590). Philip Galle. El lema latino dice: "Siembro la luz, confío en Dios: toda mi esperanza está puesta en mis queridos númenes" |
Llamamos hoy "cándido" al ingenuo cuya alma carece de dobleces como para atribuir malas intenciones al prójimo. Nuestros diccionarios identifican la candidez con el candor de la inocencia.
El de santo Tomás es un ejemplo maravilloso, pero ¿se puede exigir su exagerada candidez como virtud cívica?
Creo que no. Por desgracia, es verdadero el tópico de que el exceso de confianza mata al hombre (y a la mujer). Conviene tomar precauciones; "hombre precavido vale por dos". Conviene estar avisado de que la maldad existe en el mundo y de que la mejor amiga puede engañarte y traicionarte. La maldad no tiene género, ni sexo ni raza ni religión..., quiero decir que buenos y malos, decentes y mezquinos los hay en todos los pueblos, ciudades y naciones, de todos los géneros, orientaciones sexuales y condiciones sociales.
Aristóteles recomendaba la cautela como excelencia (areté, virtus), consideraba la actitud del malicioso, del que piensa mal sistemáticamente de los demás, como un exceso de desconfianza ("piensa el ladrón que todos son de su condición"), pero también tenía la simpleza del excesivamente ingenuo o "cándido" como un defecto moral. La confianza también tiene su justo medio, es valiosa en tensión entre el exceso temerario de confianza y el defecto del encogido, del paranoico que piensa que todo el mundo quiere hacerle mal. El filósofo Manuel García Morente apreciaba la confianza como base y clave de la verdadera amistad. Si aquella se rompe, los que fueron amigos pasan a serse indiferentes o, peor, enemigos.
Cándido o El Optimismo fue el título de un famoso cuento de Voltaire (1759). Cándido, su protagonista, instruido por Pangloss, alter-ego del filósofo Leibniz, piensa que vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero su vida será una continua desilusión repleta de calamidades, a pesar de lo cual Cándido conserva su idea de que no hay mal que por bien no venga.
Voltaire reduce al absurdo este optimista principio exagerándolo. Por ejemplo, hace decir a Pangloss: "Los males particulares hacen el bien general; de manera que mientras más males hay, mejor va todo" (cap. 4). Evidentemente, esta afirmación es por completo absurda. Por otra parte, Leibniz no sólo pensaba que este mundo es el mejor de los mundos posibles, sino también que, de los posibles, este mundo es el menos malo; pensada así, la tesis de la "armonía preestablecida" no resulta tan optimista.
Después del devastador terremoto de Lisboa (1755) y del comienzo de la guerra de los Siete Años, Voltaire estaba convencido de que el mejor de los mundos posibles seguramente sería mejor que este. Llegará a la conclusión de que es imposible eliminar todos los males del mundo, pero "il faut cultiver notre jardin", o sea, cada cual debe procurar con su labor, cultivando su huerto, que, por lo menos, no cundan más males de los que ya fastidian su entorno.
Para saber más sobre Tomás de aquino, en el blog: A pie de clásico.