17 de mayo de 2009

6. Familia, Amistad y Amor

La familia

Así como nuestro cuerpo está compuesto de células, la sociedad puede pensarse como un organismo compuesto de familias, por eso se ha escrito que la familia es el núcleo o la célula básica de la sociedad. La familia nos ofrece el clima de afecto y seguridad en el que mejor nos desarrollamos y maduramos. Si este clima no es bueno, si la familia está rota, o en ella se practica el terrorismo íntimo (sarcasmos, desprecios, amenazas, insultos, malos tratos, etc.), el sujeto puede malograrse, fracasando en la construcción de su inteligencia[1]. Las heridas[2] que padeceremos por haber soportado un mal ambiente familiar, pueden tardar en curar toda la vida, o no curar del todo nunca.




En el seno de la familia se produce la primera socialización[3] de los individuos. La familia les saca de su naturaleza animal para proyectarles hacia su condición propiamente humana (segunda naturaleza). En el seno de la familia aprendemos a hablar y a comportarnos como personas, con hábitos formados tan tempranamente, que dejarán una impronta indeleble en nuestro carácter, siendo además los últimos que se olvidan. Si esta primera socialización falla, el individuo puede acabar sintiéndose un excluido social, o desarrollando conductas disruptivas o violentas.

De ahí la importancia de que la familia funcione bien si queremos una sociedad feliz y pacífica. Si la familia funciona, la sociedad funciona; si la familia está en crisis, es fácil que la sociedad padezca momentos de convulsión y violencia. Por eso, la mayoría de las políticas sociales, nacionales o internacionales, protegen de un modo u otro la familia, por ejemplo, desgravando fiscalmente a las personas con hijos a su cargo.

En nuestra historia natural siempre ha habido familias, y mientras nuestra sociedad esté constituida por personas humanas y no por robots o ciborgs, habrá familias, porque es la forma natural de producción y reproducción de nuestra especie, heredada de nuestros antepasados mamíferos y enraizada en nuestros instintos más fuertes y antiguos. En la actualidad, la mayoría de los adolescentes consideran la familia la cosa más importante y el lugar principal de comunicación y relación.

Desde luego, el tipo de familia ha cambiado y seguirá haciéndolo, podríamos decir que cada sociedad y cada cultura tienen un modelo propio. Las familias han sido y son patriarcales o matriarcales, monogámicas o poligámicas, extensas o nucleares, monoparentales o reconstituidas.

Antiguamente, todos los miembros de la familia acataban la autoridad (casi ilimitada) del padre o el abuelo (patriarca). En la actualidad, el núcleo familiar está compuesto por los padres y los hijos que conviven con ellos, y la potestad paterna está más igualitariamente repartida entre la madre y el padre, o las personas –tutores legales- que ejercen de tales. Han aparecido familias monoparentales, en las cuales los hijos viven con uno solo de los cónyuges, a causa de separación, divorcio[4], o fallecimiento de uno de ellos, o por la decisión libre de una persona que ha querido adoptar o tener hijos. También se dan cada vez más familias reconstituidas tras una separación o un divorcio, en las que conviven hijos de distintas parejas.

Una ley reciente facilita en España el “matrimonio” de parejas homosexuales, de lesbianas o de gays. Tales parejas no son, por su propia naturaleza, productivas. En nuestra época está fuera de dudas (científicamente hablando) que no somos culpables de nuestra orientación sexual, puesto que no podemos elegirla, aunque podamos elegir desarrollarla o no practicarla[5]. Tal orientación merece respecto, tanto si es heterosexual como homosexual. Y el abuso sexual de menores, el acoso, la violación, el proxenetismo, son delitos sexuales perseguibles con independencia de la orientación sexual del delincuente. Es lógico que el derecho regule también este tipo de parejas como regula las otras, en cuanto a la atribución de derechos y deberes (de pensión, trasmisión de bienes, etc.). pero psicólogos, sociólogos y políticos discuten si es aconsejable permitir o favorecer que estas parejas adopten hijos...

Nuestra constitución no obliga a nadie a formar una familia, pero sí ampara el derecho de hacerlo, como un proyecto libremente elegido. Cuando dos personas deciden fundar una familia establecen un compromiso que implica lazos afectivos y obligaciones de fidelidad y colaboración. Tal relación está regulada por un contrato civil, caso de las “parejas de derecho”, las que se casan oficialmente, o por un estatuto jurídico (caso de las “parejas de hecho”). El derecho actual no establece ninguna discriminación entre los hijos antaño llamados “naturales” (tenidos fuera del matrimonio)[6] y tenidos dentro del matrimonio (antiguamente llamados “legítimos”).

Las funciones principales de la familia son:

1) Reproductora:

Tener abundantes hijos o descendientes ha sido siempre apreciado por todas las culturas. En una sociedad de cazadores o de guerreros feroces, es comprensible que se valore más el tener un hijo varón, un heredero, un vástago que rápidamente pueda convertirse en espadachín o arquero[7]. En las sociedades neolíticas que practicaron por primera vez la domesticación de animales y el cultivo artificial de plantas, la capacidad procreadora de la mujer (que no se asociaba necesariamente al coito con el varón) era celebrada como un don divino. Su función se sublimaba en el culto a diosas de la fertilidad, a diosas madres. La palabra “matrimonio”, lleva en su raíz el término latino mater, madre. No hace mucho, aún se decía en nuestra tierra andaluza que “los hijos nacían con un pan debajo del brazo”. En efecto, a los niños y niñas se les ponía enseguida a trabajar en las faenas del campo, y su mano de obra era tan barata que no había que pagarla cuando trabajaban en la hacienda propia o el negocio familiar. Muy pocos tenían el “privilegio” de poder dedicar sus años mozos a la educación e instrucción propias. Sin embargo, las cosas han cambiado tanto –en muy poco tiempo- que el tener hijos no es hoy tanto una garantía de enriquecimiento patrimonial, sino de empobrecimiento, pues los hijos tardan cada vez más en emanciparse económicamente del hogar paterno y las parejas ricas resultan más estériles que las pobres.


Cuando los seres humanos escaseaban sobre la tierra, o después de una guerra o una catástrofe natural, los gobiernos premiaban a los padres de familias numerosas. También en esto las cosas han cambiado muchísimo en unas décadas. Hoy nos enfrentamos a escala mundial a un problema gravísimo de superpoblación. Los preservativos (condones)[8] y otros medios de control de la natalidad han permitido desvincular la práctica del sexo de la procreación. De modo que las parejas pueden decidir si tienen o no hijos y cuando los tienen, incluso es ya tecnológicamente posible elegir el sexo del que va a nacer. Los medios contraceptivos permiten el ejercicio de una paternidad responsable, porque las parejas pueden, en función de sus posibilidades económicas o de su tiempo disponible, tener sólo los hijos que pueden educar con esmero. Como cualquier otro medio, pueden ser empleados responsable o frívolamente.

La igualdad de la mujer, su acceso al trabajo retribuido y a la vida pública, y la posibilidad de autocontrolar libremente su capacidad procreadora, han echado a perder definitivamente las mayoría de los estereotipos sobre la reproducción y su moral tradicional, dentro y fuera del matrimonio. La virginidad y castidad de la mujer era muy apreciada en las sociedades tradicionales porque servía al varón de garantía de la legitimidad (biológica y jurídica) de su progenie, incluso de la salud de la misma. Ya no es así, y al mismo tiempo contamos con medios técnicos muy precisos para que un varón no pueda escaquearse de sus reponsabilidades como padre, puesto que mediante el análisis del ADN se puede saber con gran seguridad quién es hijo “natural” de quién.

2) Educativa:

Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Hoy es frecuente que ambos cónyuges tengan que trabajar para poder pagar la hipoteca, o que estén más pendientes de sus propias carreras o de su triunfo profesional que de la educación de sus hijos. Han delegado en las escuelas y las instituciones públicas que no siempre pueden sustituirles, y que, para que su trabajo sea efectivo, deben contar con el compromiso y el respaldo de los padres y madres.

3) Afectiva:

El amor no se puede imponer; “ni se compra ni se vende el cariño verdadero”. Sin embargo, es estúpida la idea de que toda especie de amor surge espontáneamente, y una exageración romántica la afirmación machadiana de que “nadie elige sus amores”. Si nuestros sentimientos no fueran modificables y modelables por la costumbre y la repetición (“el roce hace el cariño” y “a todo se acostumbra y aficiona uno”), las empresas no gastarían millones de euros en publicidad. La fuerza de nuestros instintos es muy fuerte pero ciega, sí que la inteligencia puede y debe controlar e iluminar nuestros afectos.

Los votos de fidelidad y amor que hacen los esposos ante el altar o el alcalde han de ser renovados cotidianamente si la pareja quiere que su matrimonio dure. Esto significa no sólo querer como se quiere al principio, con el deslumbramiento de la pasión erótica, sino querer querer, empeñarse en querer, apreciar la felicidad del otro más, o por lo menos tanto como la propia, reconociendo que el propio bienestar depende del bienestar del otro.

Las escrituras de todas las religiones distinguen entre la unión espiritual y la relación puramente física. La primera intimidad[9] es de naturaleza superior y acompaña a la segunda. La unión espiritual se fundamenta y conserva gracias a la paciencia y el perdón; cada persona desea lo que es mejor para la otra. La segunda, la relación puramente física, es huidiza, depende de la salud y de la edad, se caracteriza por la manipulación, la autoafirmación y el orgullo, porque cada persona desea lo que resulta placentero para sí misma.

La atracción y la satisfacción sexual ocupan, por supuesto, un lugar importante en nuestras vidas, y constituyen la base biológica del matrimonio, pero sólo sobre ella no puede edificarse una relación duradera. El agradecimiento, la mutua comprensión, el respeto y el cariño, son imprescindibles en toda relación moral, propiamente humana. En la familia, los afectos deben extenderse no sólo al cónyuge, sino también a sus familiares, que pasan a ser padres y hermanos “políticos” (suegros, cuñados), y en la actualidad, cada vez con más frecuencia, a los hijos de otras relaciones anteriores. Ello exige un ejercicio constante de generosidad y diálogo: de comunicación entre almas.

4) Económica:

Aunque las relaciones de pareja no se basen únicamente en la cooperación económica; el dinero y los bienes materiales, aunque no sean lo más valioso, resultan para nada despreciables. La sabiduría popular del refranero nos recuerda que “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. “Contigo a pan y cebolla” vale como declaración romántica de amor, cuando la pasión y la atracción sexual son muy fuertes, pero es difícil que esta actitud tenga continuidad en el tiempo, sobre todo si hay hijos por medio.

En la actualidad hay dos formas de contratar la relación económica de una pareja. El régimen de bienes gananciales, en el que los cónyuges se comprometen a compartir ganancias y pérdidas, y el régimen de separación de bienes, en el que ambos cónyuges conservan la independencia de sus respectivos patrimonios.

5) Asistencial:

En España se ha aprobado recientemente la Ley de Dependencia para ayudar a las familias que tienen personas inválidas o minusválidas a su cargo. Tradicionalmente, han sido las mujeres las que han desplegado esta importante y nunca suficientemente valorada “ética del cuidado”, atendiendo a los hijos minusválidos o a los padres enfermos.


La amistad

El gran filósofo Aristóteles dijo que si todos los humanos fuésemos amigos, no necesitaríamos leyes; ni jueces, ni cárceles.

La amistad no es sólo un sentimiento que surge espontáneamente; no hay que confundirla con la simpatía de la que, a veces, nace con el tiempo. Pero quien domina su mente puede incluso transformar su antipatía en simpatía, con tal de que ponga voluntad en ello. La amistad es una virtud, o sea, una excelencia propiamente humana y libre, un conjunto de hábitos o costumbres que elegimos (jugar, conversar, colaborar con alguien) y que nos vincula y compromete con otras personas. La amistad no es posible a la fuerza. Pero tampoco es posible la amistad sin aceptar compromisos. En nuestra época, la gente valora tanto su independencia o autonomía personal (que confunde con la libertad), que acaba no aceptando compromisos de lealtad; en consecuencia, las relaciones de amistad se quiebran rápidamente, no maduran ni se hacen permanentes. La gente acaba envejeciendo aislada, y enloqueciendo[10] sola.

La tele o la radio acompañan. Un gato, un loro o un perro, pueden proporcionarnos compañía y calor, incluso cierto grado de solidaridad o camaradería animal, pero no verdadera amistad. “Conocidos” tenemos muchos, a los que podemos llamar jovialmente “amigos” o “amigas”, pero verdaderos amigos o amigas siempre se podrán contar con los dedos de una mano y sobrarán dedos, si es que se consigue encontrar alguno o alguna. Es así porque la amistad es una construcción moral que requiere buenas actitudes y hábitos, mucho tiempo y algún esfuerzo, incluso importantes sacrificios. Poner mi voluntad acorde con la voluntad de otro implica, muchas veces, la renuncia a hacer lo que me dé la gana.

La simpatía es la semilla de la amistad, pero la amistad es una planta compleja que debe cultivarse con paciencia para que dure y dé buenos frutos, por eso requiere cuidados constantes, pero también descanso: las virtudes de la espera. Las prisas matan la ternura. Así como una planta necesita agua para no secarse, pero no tanta que se ahogue o crezcan hongos en sus raíces, la amistad requiere conversación y reconocimiento, pero no tanto que agobie o asfixie a la propia idiosincrasia.

La amistad con otros requiere amistad con uno mismo, amor propio. Este sentido de la propia dignidad asociada a la intención de desarrollar lo mejor de nosotros mismos no debe confundirse con el egoísmo. Quien no se estima a sí mismo muy raramente será estimado por los demás. Quien tiene una intimidad rica, una soledad plena, tiene más que ofrecer a los demás, que aquel que no se soporta a sí mismo y sólo usa a los demás para olvidarse de sí, para ahogar su malestar con ruido.

El verdadero amigo es otro yo: un “colega”, un “camarada”, un “compañero”, un igual. Alguien que sirve de testigo de mi vida y con quien la comparto. Por eso invitamos a nuestros amigos a celebrar nuestros logros o nuestro cumpleaños, y ellos se acuerdan de felicitarnos, o acuden a nuestra vera, cuando estamos enfermos, o afligidos por la pérdida de un ser querido, a abrazarnos y solidarizarse con nosotros en los malos momentos, dándonos las condolencias o el pésame u ofreciéndose por si los necesitamos.

No es posible construir una amistad sobre una relación de dominación, en que una persona mande y otra obedezca sin rechistar, o cuando una persona se siente muy superior, o muy inferior, a la otra. De ahí que los grupos de adolescentes dirigidos por un líder carismático, recuerden más a las hordas primitivas, que a un verdadero “grupo de amigos”[11]. Uno puede admirar ciertas capacidades de otra persona y ser admirada a su vez por ella, por contar con capacidades diversas y propias. Pero si una persona sólo admira –incluso adora-, obedece ciegamente, y no es apreciada por aquél o aquella a quien admira, entonces resulta despreciable y acaba padeciendo abusos y maltratos. Uno debe querer cuanto pueda, pero salvaguardando la propia dignidad, de donde se sigue que, muy al contrario de lo que se suele pensar, no todo amor es digno ni bueno. El amor puede ser loco, perverso, doliente, desgraciado, o convertirse en una pasión autodestructiva.

Aristóteles distinguió entre la amistad basada en al placer de estar juntos, que es propia de la juventud; la que está basada en el interés, que es el lazo fundamental que une a los humanos en ciudades, y la amistad verdadera, que es una noble ambición del espíritu de los buenos. Toda amistad verdadera está basada en la confianza y el respeto mutuo, y en el toma y daca, o sea en la reciprocidad de reconocimiento y entrega (de regalos, cuidados y afectos): dar y recibir, querer y ser querido, acompañar y ser acompañado, hablar y escuchar, consolar y ser consolado, perdonar y ser perdonado, acariciar y ser acariciado, hacer favores y ser favorecido. Los amigos comparten ratos, experiencias, vida, pero no sólo placeres, sino también duelos y quebrantos, enfermedades y malos ratos, preocupaciones y amarguras... Por eso se dice que “en los buenos tiempos tus “amigos” te conocerán, pero en los malos ratos tú sabrás (realmente) quiénes son tus verdaderos amigos”. Lo importante siempre para valorar la amistad que alguien nos presta no es lo que dice, sino lo que hace: obras son amores y no buenas razones...

Por otra parte, la amistad exige también convivencia. Tal vez por eso dijo el poeta que “la distancia es el olvido”. Convivir tiene sus ventajas pero también sus inconvenientes. Uno no puede hacer cuando convive con otro lo que le da la gana. Puede que tengamos sólo una tele y no nos gusten los mismos programas, o puede que tengamos que usar el mismo baño y tengamos que establecer turnos para hacerlo. Si queremos compartir mesa, techo o cama, hemos de ser educados, limpios, amables, comprensivos, etc. Incluso debemos respetar la soledad del otro porque, a veces, necesitamos recogernos, “plegar velas”, quedarnos solos por un tiempo, dialogando con el otro que llevamos dentro. Esto puede servirnos para apreciar más la compañía de los demás, o para valorar con más rigor lo que nos cuesta, o lo que nos aporta, una determinada relación amistosa.

La sexualidad y el amor

La base instintiva del amor es naturalmente la sexualidad, cuya finalidad animal es la reproducción, pero mientras que en el resto de los animales, la sexualidad está regulada por pautas fijas e instintivas, en el ser humano ha ampliado su finalidad reproductiva y ha complicado su efecto y acción, asociada a la vida moral, estética, afectiva e intelectual. En cierto sentido, los seres humanos somos animales hipersexuales: dedicamos muchísima más atención, esfuerzo y tiempo que cualquier otra especie de primates al galanteo, el cortejo o el coito. En general, la sexualidad sirve de aliciente de la sociabilidad, adoba con sal y pimienta todas las relaciones humanas. Más concretamente, es muy probable que la extensión de la sexualidad en el ser humano más allá de su función reproductiva, incluso más allá de la edad fértil, se deba[12] al hecho de que los cachorros humanos necesitan permanecer mucho tiempo dependientes de los padres para sobrevivir y aprender a vivir como humanos. La intimidad sexual continua y placentera afianza el vínculo afectivo entre los padres y ayuda a conservar la estabilidad de la vida familiar, ofreciendo larga protección y formación a los hijos[13].

Nuestra especie usa la fuerza de la sexualidad para muchas cosas. Así, enriquecida por la fantasía y asociada a fuertes emociones y afectos, adquiere en el ser humano una dimensión de la que carece en el resto de los animales, como ponen de manifiesto los modelos universales de trágicas pasiones amorosas: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Calixto y Melibea.

En última instancia, el deseo se desvincula de su origen reproductivo en las relaciones que mantenemos con nuestros animales de compañía, en la atracción que sentimos por un compañero del mismo sexo, o por una actividad deportiva o científica, la devoción que sentimos por nuestra madre o por la maternidad en general, etc. Así, podemos universalizar nuestras inclinaciones hasta que abarquen a la humanidad en general, o acabar amando los números y las palabras, como si “hiciéramos el amor” con ellas. Más allá de la relación personal, esa fuerza, que podríamos llamar ya más que sexual, erótica (en honor del dios griego del amor Eros), sublimada y concentrada en el amor a Dios, eleva a los místicos de todas las religiones hacia la contemplación del profundo y único misterio que subyace en todas las cosas[14].

A la vista de cómo la fuerza de la sexualidad se convierte en nosotros en relación personal e impulso creativo, tenemos que criticar el modo en que muchos espectáculos y casi toda la publicidad envilecen la sexualidad humana cuando sólo la vinculan al sexo y el placer egoísta que éste proporciona. En una sociedad mercantilista, en que todo se debe reducir a mercancía para tener precio, es comprensible que el amor se reduzca a sexo, porque éste último puede comprarse y venderse; mientras que el verdadero amor, no.

Platón definió el amor como el deseo de engendrar en la belleza. Por belleza entendía el “divino filósofo”, no sólo la belleza física, sino cualquier manifestación del bien. Por supuesto, la belleza física es una forma –bien que inferior- del bien, la lozanía que proporciona el vigor y salud a la juventud, y que nos impulsa sexualmente a engendrar hijos en beneficio más de la especie que de nosotros mismos. Sin embargo el amor más elevado no sólo nos compromete físicamente, sino sobre todo moralmente, porque apunta a la belleza del alma, que se expresa en buenos modales y nobles comportamientos. Este amor ideal[15] es la fuerza que mantiene unidos los contrarios en el universo y nos impulsa a toda especie de creación técnica y artística.

Lo que hacemos con gusto, en efecto, lo hacemos “por amor al arte”, persiguiendo la belleza que proporciona la armonía de los contrarios. Desde luego, lo que mejor hacemos -es claro-, lo hacemos por amor, porque el bien es lo que todos los seres apetecen. Hegel –un sabio romántico- decía que sin “pasión” (en el mejor sentido de la palabra) no podemos hacer nada de valor.

Pero hacer lo que nos gusta o queremos hacer es relativamente fácil y por ello en eso no hallamos mérito alguno, en jugar al fútbol si amas el fútbol, o arriesgar la vida ante un toro bravo si adoras el toreo; la gracia está en conseguir que nos guste, en amar hacer lo que debemos hacer. Nuestros amores deben estar equilibrados con nuestros deberes. O dicho de otro modo, en no equivocarnos respecto a los que de verdad es hermoso y digno de aprecio.

Volvamos al principio, en la primera lección afirmábamos que las finalidades propias de la vida humana son la conservación de la salud, y la consecución de la felicidad viviendo una vida digna. Pues bien, son hermosas de verdad aquellas acciones y relaciones que conservan nuestras salud y nos proporcionan auténtica alegría.

El amor, como la amistad, no es sólo un sentimiento, sino una construcción moral y artística, en gran medida imaginaria, poética. De ahí que cada cultura desarrolle sus propias construcciones eróticas: el amor dorio, el amor galante, el amor romántico. Nace de la escasez y del ingenio, pues amamos lo que no tenemos, lo que nos complementa, lo que nos falta, y lo buscamos resueltamente, ingeniándonoslas para completarnos. En realidad, lo que anhelamos es seguir siendo (conatus), lo que deseamos es la inmortalidad. He aquí también una característica trascendental o trascendente de los humanos, siendo limitados, imperfectos, finitos, no tenemos colmo en el desear, querer y amar. Siempre queremos y amamos más.

Sin embargo, es bueno saber conformarse y apreciar lo que tenemos. Una forma del amor –bastante olvidada- es la gratitud. La gratitud es una virtud que “brilla por su ausencia”. En el tercio opulento del mundo, demasiada gente se cree “con derecho a” tenerlo todo, sin dar nada a cambio, sin sentirse obligado a devolver a la sociedad, o a la humanidad en general, una parte de lo que recibe de ella, empezando por la lengua que habla y le permite ser persona. Pero es difícil que los derechos fundamentales de las personas queden garantizados si todos no nos empeñamos en ello, reconociendo el esfuerzo que la humanidad ha hecho en su larga aventura histórica para reconocerse a sí misma como digna de poseer, social e individualmente, derechos.

Ejercicios

1. Cite los medios anticonceptivos que conoce. Ponga ejemplos de usos responsables y de usos frívolos de medios anticonceptivos.
¿Es el aborto un derecho de las mujeres? Razone su respuesta y busque información sobre la consideración del aborto y su regulación en el derecho español actual.
2. En una de sus famosas aporías
[16] el genial filósofo ateniense Sócrates concluye, aparentemente, que la amistad es imposible, porque los buenos no necesitan de nada ni de nadie, ya que son perfectos y tienen de todo; y los malos no tienen nada para nadie, puesto que ni siquiera se quieren a sí mismos. ¿Es eso cierto. Pruebe a resolver este embrollo...
3. En el 2001, el 47% de los varones españoles confesaban no realizar ninguna tarea en el hogar. Por término medio, las mujeres dedicaban cuatro horas más que los hombres a las tareas domésticas. ¿Le parece esto justo? ¿Cree que las cosas dependen de que trabaje sólo uno o los dos fuera de casa? ¿Debería estar remunerado el trabajo doméstico? ¿Por qué la mujer suele estar más comprometida que su pareja masculina en el cuidado, la crianza y la educación de los hijos?
4. Cree que hoy domina en modelo de familia “sobreproteccionista” en que los padres miman en exceso a los hijos y deciden por ellos. Si valoramos tanto la familia como principal comunidad de afecto humano, ¿por qué resultan tantas veces conflictivas las relaciones familiares?
5. ¿Cree usted que la homosexualidad es una perversión?, ¿una enfermedad?, ¿una inclinación natural?
6. ¿Cree usted que los hijos deben obediencia y respeto a los padres? Matice su respuesta.
7. ¿Debe la mujer abandonar su trabajo en beneficio de la vida familiar? ¿Y el hombre? Explique sus razones.

Textos para comentar

«Marta, Lidia y Ariadna son amigas y residentes en Barcelona. Las tres están entre los 35 y los 40 años. Todas han tenido o tienen novio y ya hay bebés que corretean por casa. La peculiaridad de estas tres mujeres es que un día, hace unos seis años, cuando normalmente una se plantea formar una familia con su pareja, como manda la tradición, ellas decidieron comprar un piso grande con una habitación para Marta, otra para Lidia y otra para Ariadna
[17]. Y sus respectivas parejas siguen siendo, como en aquella copla que decía “novios, siempre novios, no nos casaremos nunca y seremos siempre novios”.
Quizá Concha Piquer ya avanzaba con aquel cante lo que ahora se conoce como parejas LAT , las siglas en inglés de living apart together, es decir, viviendo separados, pero juntos. Son un nuevo modelo de familia, un hombre y una mujer, por ejemplo, que se quieren, que incluso tienen hijos, pero no viven juntos, siempre hay dos domicilios. ¿Es eso una familia?
El concepto familia-hogar, tal y como se ha entendido tradicionalmente tenía que satisfacer tres requisitos: "que existiera convivencia bajo un mismo techo, entre personas unidas por el parentesco, y formando una unidad de carácter económico”, explica la catedrática de Sociología de la Universidad Carlos III Constanza Tobío.
Pero desde la copla de la Piquer ha llovido mucho en este país. Ahora una buena parte de la sociedad entiende que los modelos familiares son tantos como la libertad de elección de las personas. A veces, formar una pareja o un matrimonio, pero vivir separados, ni siquiera es una decisión voluntaria. O no la deseada. Pero ocurre y cada vez con más frecuencia. Los motivos pueden ser muchos, pero uno de los más habituales es el trabajo, sobre todo porque ahora también la mujer gana un salario fuera y no quiere frustrar su carrera profesional por seguir al marido a su destino.
Quizá preferirían dormir bajo el mismo techo, pero han elegido libremente. Y, de paso, han descubierto que este modelo puede ser enriquecedor y eterno sin que se resienta la salud de la pareja...
Aunque este modelo parezca novedoso, ya no lo es tanto. Prueba de ello es que los anglosajones ya lo han bautizado como el movimiento just woman (sólo mujeres)...»

Carmen Morán. “La distancia no es el olvido”. EL PAÍS. 8-9-2008, pg. 28.


Notas
[1] José Antonio Marina ha vinculado la mala conducta ética y la delincuencia al fracaso en la construcción de la inteligencia.
[2] Si sólo son mentales, la psicología las llama traumas. Se ha probado que un porcentaje muy alto de niños maltratados, acaban convirtiéndose en maltratadores... No es de extrañar sabiendo como sabemos la importancia de la imitación en los comportamientos y hábitos más arraigados en nosotros.
[3] La construcción del sujeto social requiere el uso del lenguaje y la interiorización del proceso social de comunicación, en que se integran las relaciones de poder y de deseo, las tradiciones, las normas básicas de comportamiento.
[4] En España y en la actualidad, más de la mitad de los matrimonios fracasan.
[5] En nuestra sociedad la sexualidad se ha envilecido mercantilmente. Los medios nos invitan a consumir sexo gastando en artilugios, cremas, pastillas o en las mil formas de exhibición y prostitución existentes: (pornografía, líneas calientes, streapers shows, sex shops, etc.). Parece cada vez más difícil que comprendamos y respetemos la posición de quien renuncia a la práctica sexual por motivos religiosos o místicos (votos de pureza o de virginidad, etc.).
[6] Sobre los hijos naturales ha pesado durante siglos la consideración negativa del “bastardo”. Un famoso bastardo real fue Don Juan de Austria, hermanastro natural de Felipe II.
[7] Creer que la vida de un varón vale más que la vida de una mujer no es justificable, pero puede explicarse desde una perspectiva antropológica, científica, según el principio epistemológico según el cual no hay fenómeno sin causas o razón suficiente.
[8] El condón se ha convertido en una pieza higiénica importantísima porque impide el contagio de enfermedades venéreas gravísimas (sífilis, gonorrea, sida...).
[9] Lo íntimo es lo interior en forma superlativa, lo más profundo de nosotros mismos. Íntimas no sólo son nuestras partes pudendas, sino también nuestros recuerdos más valiosos o nuestras ilusiones más personales.
[10] El filósofo Hume decía que incluso la sociedad peor organizada es siempre preferible a la soledad. En efecto, diversas especies de depresión y locura le están asociadas.
[11] Recordaremos que el gran filósofo español Ortega y Gasset asignó a estas hermandades de jóvenes varones nada más y nada menos que la fundación “deportiva” del Estado.
[12] Ensayamos aquí una explicación filogenética, desde el punto de vista de lo que hoy sabemos de la evolución del ser humano como especie animal. Soslayamos por el momento los complejos aspectos psicológicos y éticos de la sexualidad.
[13] Algunos antropólogos han llegado a afirmar que los seres humanos viven más que otras especies para poder convertirse en abuelos, porque también los abuelos han resultado imprescindibles en el cuidado y la educación de los nietos. Hoy están de actualidad el abuelo o la abuela “canguros”, a causa de la necesidad de la mayoría de las parejas de obtener remuneración por su trabajo para poder pagar los gastos normales.
[14] No es de extrañar que algunos de los mejores versos eróticos de todos los tiempos los hallemos en místicos como Juan de la Cruz.
[15] Todavía hoy se llama “amor platónico” al amor del alma que busca algo más pleno y hermoso que el contacto físico. Al contrario que algunos de sus seguidores, Platón nunca consideró intrínsecamente perversa la sexualidad, pero pensó que debíamos aprovechar esa fuerza para algo más creativo que el mero “traspaso de fluidos”.
[16] Es un problema de difícil solución y que pone a prueba nuestros recursos intelectuales.
[17] Marta y Lidia son profesoras universitarias, y Ariadna trabajadora social.