5 de junio de 2009

7. Diversidad, Globalización y Culturas

Diversidad, globalización y transculturalidad


Iguales y distintos. Diversidad y solidaridad

Querer y respetar a los que se nos parecen es fácil, lo que exige esfuerzo y educación es respetar y apreciar al que es distinto. Nos sentimos a gusto con la gente que nos resulta familiar, con los que tienen nuestra edad, con los que compartimos aficiones, creencias, intereses, gustos... Es natural que nos cueste más compadecernos de las miserias de un extranjero, que de las de un paisano o colega. A medida que nos alejamos de nosotros mismos, el afecto deja paso a la curiosidad, a la desconfianza, al temor...

A esto se le ha llamado principio de benevolencia limitada: a medida que salimos de lo familiar y extendemos el radio de acción de nuestro “corazón”[1], desde lo próximo[2] a lo distante, la intensidad de nuestra benevolencia disminuye y tendemos a ver al otro más como un potencial peligro o un enemigo, que como un semejante. Sentir miedo por quien es de otro color de piel o tiene los ojos rasgados es una reacción natural, y por tanto, ni mala ni buena. Lo malo es que dejemos que ese miedo ofusque nuestra inteligencia y nos lleve a pensar que, necesariamente, quien no actúa, siente o huele como nosotros ni es de nuestra condición social, sexual, racial... (la que sea) es sucio, inhumano o malvado. La principal intención de una buena educación para la ciudadanía debe precisamente ayudarnos a superar los efectos perversos de esta tendencia emotiva, tan arraigada en nuestra condición animal: ampliar el radio de acción de nuestra simpatía natural, en solidaridad universal y cosmopolita con lo humano, pues nada humano podemos juzgar ajeno, según la vieja máxima que se atribuye a Terencio: 'nihil humanum alienum puto'.

Antiguamente, los miembros de un clan, de una tribu, de una ciudad o de una nación creían que sólo ellos merecían ser llamados “humanos”, que su Dios era el único Dios, que sólo ellos merecían la vida y la salvación, etc, como si la dignidad humana fuese atributo de un solo grupo de personas, con exclusión de los demás, a los que se consideraba extraños por hablar, sentir, actuar o pensar diferente. “Los otros”, los de enfrente, ni siquiera fueron considerados como humanos, cuando, ¡en pleno siglo XX!, se perpetraron genocidios o deportaciones masivas, limpiezas étnicas, crímenes y violaciones de guerra, en África, ¡y en la “civilizada” Europa!


En otras épocas, los hijos eras propiedad de sus padres, que tenían la posilidad de disponer de su vida y muerte según su antojo, los niños y las niñas que nacían con deficiencias, carecían de derechos y eran eliminados sin compasión. Todavía hoy se practica el infanticidio –sobre todo de niñas- en muchos lugares del planeta. Los “civilizados” griegos de la época clásica que crearon la democracia, el teatro y las ciencias naturales y morales, consideraban natural la esclavitud y a los forasteros que no hablaban su lengua los despreciaban como si fuesen poco más que animales, "barbaroi" -los llamaban-, o sea, “los que hablan como pájaros”.

Las personas que sienten espontáneamente inclinaciones homosexuales han debido ocultarlas durante siglos en casi todas las culturas, y en muchos países siguen siendo tratados como enfermos, pecadores, pervertidos o delincuentes. El racismo y el sexismo, la homofobia o el machismo, están presentes en nuestro lenguaje y en nuestros chistes (“merienda de negros”, “trabajar como un negro”, “afeminado”, “mujer pública”, etc.).

Así, los que no se ajustan a la norma, los que no aparentan ser “normales” –y nadie lo es completamente-, son mirados por encima del hombro, despreciados o aislados, y quedan marginados de la vida civil, de la asamblea de ciudadanos y de la toma de decisiones. En el mundo antiguo, los adolescentes y las mujeres eran considerados imbéciles o idiotas, irresponsables e incapaces siquiera de decidir por sí mismos. En una palabra, los que mandaban discriminaban y todavía discriminan -discriminamos- a la gente por ser de otra raza, de otra religión, de otra lengua, de otro sexo, etc...

Grandes sabios de la antigüedad y la Edad Media llegaron a afirmar que las mujeres eran seres humanos imperfectos, ¡por el hecho de ser mujeres![3]. Es un hecho probado que las mujeres se han visto históricamente menospreciadas como “sexo débil”, consideradas intelectualmente inferiores, y sólo muy recientemente han conseguido el derecho al sufragio y otros derechos civiles elementales. Como los hábitos de pensamiento cambian muy lentamente, incluso más despacio que las costumbres, aún hay machistas recalcitrantes que se consideran superiores por lo que un oscuro azar genético les puso entre las piernas, o nacionalistas extremosos que se creen mejores que nadie por haber nacido en Barcelona o Bilbao, o clasistas recalcitrantes que miran al resto de la humanidad con desprecio por haber tenido la suerte de nacer en un pesebre de plata.

El progreso ético de la civilización ha consistido en una ampliación sucesiva de la dignidad humana o, dicho de otro modo, en la universalización progresiva de los derechos del ser humano. Por eso, la finalidad primera de la educación para la ciudadanía apunta a la creación de una ética universal, cosmopolita, fruto de un diálogo intercultural.

El gran filósofo ilustrado Kant (s. XVIII) afirmó, con razón, que la especie humana sólo superaría las miserias y desastres de la guerra, y sólo alcanzaría un progreso adecuado, cuando aprendiera a solucionar todos sus conflictos en base a reglas aceptables para todo ser racional (todo ser humano), reglas tan razonables que excluyeran cualquier tiempo de privilegio. Todas esas reglas se pueden resumir en una: La humanidad ha de ser tenida siempre como un fin y nunca meramente como un medio. Nadie debe usar o instrumentalizar a otro ser humano olvidando que también es un fin para sí mismo.

Seguramente, la primera ética universal fue oriental, budista. Y entre los filósofos occidentales, fueron los estoicos quienes rechazaron la idea de que alguien pudiera nacer esclavo o ser tenido por tal “por naturaleza”. La idea de que todo hombre es, o puede llegar a ser, libre, ha tardado muchísimo tiempo en ser mayoritaria, pero hoy es reconocida por las principales instituciones internacionales. Aunque los seres humanos nazcan con distintas aptitudes, nadie es más que nadie desde un punto de vista ético, y por eso es justo que todos los votos valgan lo mismo.

El cristianismo primitivo confirmó esta idea e insistió en que la salvación de cada ser humano estaba en sus manos, ¡y también su condenación, claro! Ese humanismo acabó independizándose de la religión y reconoce a cualquiera, con independencia de su nación, credo, raza, sexo... los mismos derechos (a la vida, la educación, la salud, el trabajo, la lucha por la felicidad, etc.) y las mismas obligaciones (no hacer daño a nadie, vivir honestamente, dar a cada uno lo suyo), constituye el fundamento de la doctrina de los derechos humanos, doctrina que inspira las constituciones políticas más avanzadas. Ese humanismo resulta además imprescindible si queremos mantener la paz en comunidades humanas internacionales y multiculturales.

Los forasteros
Los fenómenos migratorios han sido frecuentes en todas las épocas. El ser humano emigró de África –donde seguramente nació como especie- hace un millón de años. Los andaluces, huyendo de la miseria, emigraron masivamente a las regiones industriales de España o Alemania, para buscarse la vida, huyendo de la miseria. En la actualidad, España es un país relativamente rico, sus habitantes dan de lado a ciertos trabajos mal considerados, duros o muy retribuidos, y los empresarios de la hostelería, de la construcción o de la agricultura necesitan contratar mano de obra extranjera.

Los emigrantes producen riqueza y contribuyen al rejuvenecimiento de la población. Además, enriquecen culturalmente el país. Históricamente, las culturas más creativas han surgido siempre del mestizaje de otras anteriores, tal fue el caso de la civilización griega, a la que debemos la democracia y la ciencia y que tomó la escritura de los fenicios, la astronomía de los caldeos y las matemáticas de los egipcios.

Hoy, España cuenta con más de cuatro millones de inmigrantes: más de un 10% de la población. Los principales sectores en que trabajaban las personas inmigrantes en 2006 eran la construcción (19,7%), la hostelería (14,2%) y el servicio doméstico (13,3%). Los extranjeros representan un 15,1% de la población activa (en edad de trabajar) y un 14,6% de la ocupada (que cotizan a la Seguridad Social). Sólo dos países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) tienen mayores porcentajes de población extranjera, Suiza (20,3%) y Luxemburgo (41%).

Ante la existencia de otras culturas caben dos respuestas extremas, igualmente insuficientes: el etnocentrismo y el relativismo cultural.

El etnocentrismo tiende a devaluar y rechazar toda manifestación cultural diferente de la propia, tachándola de subdesarrollada, primitiva o salvaje[4]. Así, igual que muchos de nosotros tendemos a considerar absurdos los ritos con que un matarife musulmán degüella a un cordero, para la mayoría de los seres humanos resultan bastante absurdas las corridas de toros, que sin embargo forman parte de nuestro legado artístico y cultural.

El relativismo cultural tiende a comprender y aceptar todas las manifestaciones culturales, con un benevolente espíritu de tolerancia. Al intentar explicar ciertas costumbres por sus causas naturales o simbólicas, el relativismo, llevado a su extremo, acaba haciendo equivalentes un soneto de Shakespeare y un fetiche budú. Pero si todas las prácticas y las costumbres valen lo mismo, ninguna vale nada. No hay modo entonces de censurar o prohibir el abuso de las mujeres, o la mutilación infantil de las niñas..., ni siquiera la antropofagia, que algunas culturas han practicado fehacientemente.

Las prácticas tienen un valor antropológico relativo a la cultura en que nacen y se conservan. Pero esto no significa que todas valgan lo mismo desde un punto de vista moral o ético, transcultural. Pueden y deben ser juzgadas éticamente desde una perspectiva transcultural, universalista y cosmopolita, aplicándoles precisamente el metro de medir de la racionalidad humanista e ilustrada. Así, el infanticidio, el machismo, o la ablación ritual del clítoris de las niñas (una mutilación ritual que practican millones de personas en África) resultan intolerables, o sea, rechazables desde dicho punto de vista transcultural, pues van contra los derechos humanos (por ejemplo, el derecho a la salud y la integridad física).

También puede ser útil distinguir entre culturas y civilización. La perspectiva científica, la capacidad ética -que permite exponer (en el teatro o el cine) las propias costumbres a la crítica-, o el respeto a los derechos humanos (el Estado de derecho) distinguen las costumbres civilizadas, la civilización, de la mera cultura. En toda cultura hay, desde luego, fenómenos humanizadores. Pero no se podría hablar de auténtica civilización si falta uno de esos requisitos: respeto a los derechos individuales (libertad), teatro (sentido crítico) y ciencia (perspectiva objetiva).

Ante de juzgar a los sujetos de otras culturas por cómo viven o piensan, y antes de entregarnos sin reflexión al desprecio, la fobia, la manía o la antipatía, hemos de intentar comprender su historia y valores, poniéndonos en su lugar, entendiendo lo que significa vivir lejos del propio país, acogiéndolos con respeto, cooperando con ellos en la construcción de un mundo más justo y una ciudad más habitable. Nadie abandona su propia tierra si no es por necesidad. Y España no sería un destino para estas personas si no hubiera necesitado en los últimos años fuerza de trabajo en abundancia.
Un solo mundo

En nuestra época, y antes de que se haya consolidado una ética universalista o un derecho internacional aceptado por todas las naciones del mundo, se está produciendo un fenómeno de globalización económica que causa importantes efectos en todas partes, efectos positivos, pero también estragos.

En efecto, el desarrollo de los medios de transporte y la apertura de fronteras ha facilitado la formación de un mercado único, global. Antaño, cada comarca tenía su mercado local, en el que se compraba y vendía lo que sus habitantes producían. Pero hoy, basta darse una vuelta por cualquier supermercado, para darse cuenta de que sus productos proceden de todo el mundo, nuestros CDs se han fabricado en Asia, nuestras zapatillas de deporte en Taiwán, los kiwis que comemos vienen de Nueva Zelanda, las uvas, en primavera, de Chile, el queso azul de Dinamarca, la ternera de Irlanda, el ron añejo de la República Dominicana... Nuestro aceite de oliva extra se vende a precios increíbles en Noruega, y llega a la pizzería más remota de Norteamérica. Esto significa que las mercancías, los capitales, e incluso el trabajo, circulan por todo el mundo, a gran velocidad y sin límites de fronteras. Por su parte, la red de redes, Internet, ofrece un potente medio de comunicación global, una especie de cerebro mundial para formalizar relaciones comerciales, laborales y financieras.

Hay movimientos que se oponen a la globalización porque la consideran injusta. Piensan que convierte a las empresas multinacionales (Coca-Cola, General Motors, Nike...) en corporaciones más poderosas que los Estados nacionales. Se dice que la globalización beneficia sobre todo a los países ricos y esto acrecienta la desigualdad.


Pero la globalización también ofrece trabajo allí donde no lo hay -en los países pobres- y genera paro en los países ricos. Esto sucede con el fenómeno de la deslocalización: las empresas -para abaratar costes de producción, y poder ofrecer productos más baratos que la competencia-, trasladan sus fábricas allí donde la mano de obra es más barata, productiva y dócil. Un ejemplo reciente lo ofrece la deslocalización de Delphi: de Puerto Real (Cádiz) a Marruecos. En Cádiz, un trabajador cobra 1350 euros al mes con jornadas de ocho horas y dos días de descanso semanales, vacaciones pagadas e indemnización si va al paro. En Marruecos, el sueldo es de 153 euros, la jornada de ocho horas, más cuatro horas extra obligatorias, los días de descanso 2 ó 3 al mes, y no existen ni vacaciones pagadas ni subsidio de paro, ni sindicatos organizados para defender los derechos del trabajador.

La globalización también produce especialización y pérdida de variedad de cultivos, con el consiguiente empobrecimiento en diversidad medioambiental. Esto se puede ver fácilmente en nuestro entorno donde las huertas, el cereal, las viñas o las legumbres, han sido masivamente sustituidas por olivos, cuyo producto estrella, el aceite virgen extra, alcanza altos precios en los mercados internacionales, y cuya producción ha sido también subvencionada por la Unión Europea (garantizada hasta el 2013). Los representantes de los países pobres se quejan de estas subvenciones a los agricultores, pues sus propios productos se venderían mejor en los mercados internacionales sin el proteccionismo de los países ricos. Así que el mercado es libre, cuando conviene a los poderosos, pero no tanto, cuando no les conviene. Y quien dicta sus leyes, es el dueño del capital, de los recursos financieros con que se mueve todo.
Dichos recursos financieros también están globalizados. Así lo demuestra la presente crisis, provocada por la temeridad y avaricia prestamista de muchos bancos, que ahora no pueden recuperar sus préstamos, la especulación inmobiliaria, la crisis de la construcción y otros fenómenos globales y nacionales.

Se dice que la globalización es sólo económica y debería ser también solidaria y ética. En el año 2001 se reunió el Foro Social Mundial en Porto Alegre con el lema “otro mundo es posible”, proponiéndose una globalización que respete los derechos fundamentales, busque la erradicación de la pobreza y conserve un medio ambiente saludable, fomentando el comercio justo, perdonando la deuda externa a los países menos desarrollados y disminuyendo el gasto militar. De modo que los países más desarrollados puedan destinar el 0,7% del PIB (su producto interior bruto) a políticas de solidaridad con los países más pobres.


Cuestiones

1. ¿Crees que la legislación española debe respetar el derecho de las chicas musulmanas a ir con la cara tapada a clase? ¿Y con un pañuelo (hiyad)?
2. ¿Tenemos una capacidad innata para la solidaridad? ¿Qué papel ocupa la educación en la formación de valores cívicos?
3. Estudia otros fenómenos masivos de inmigración, anteriores a la época actual. ¿Cuánta población perdió Andalucía después de la guerra civil española?
4. ¿Cuáles pueden ser las causas de la emigración?
5. ¿Deben los emigrantes aceptar las normas y costumbres del país que les acoge? ¿Deben los nacionales respetar las costumbres de los que vienen de fuera? Matice sus respuestas.
6. Explique el origen y necesidad del humanismo.
7. Construya una tabla con dos columnas: una para las causas y otra para los efectos de la globalización.
8. ¿Qué medidas podríamos tomar para minimizar los "efectos perversos" de la globalización?
9. ¿Por qué el etnocentrismo es tan insuficiente como el relativismo cultural?
10. ¿Es posible una ética mundial? ¿Es necesaria?
Notas
[1] “Corazón” es la metáfora tradicional, poética, para referirse al complejo mundo de la emotividad humana: las emociones, sentimientos y pasiones, emotividad que está y debe estar ligada a la inteligencia.
[2] La palabra “prójimo” procede de proximum, que también ha dado en castellano prójimo, el familiar, el hermano, el cercano.
[3] Las mujeres ocupaban todo su tiempo y energías en la progenie, de grado o por la fuerza, y no alcanzaban la cultura superior, y por lo tanto se pensaba que carecían de capacidad para la ciencia o el arte más elevado. Como se ve, el argumento es pésimo. Y lo confirma el hecho de que hoy, liberadas de las duras obligaciones de la crianza y el cuidado de los hijos –de grado o por la fuerza- pueden cursar los mismos estudios superiores que los hombres con parecido o superior éxito.
[4] El antropólogo belga Lévi-Strauss -que nada tiene que ver con una marca de pantalones vaqueros-, criticó el etnocentrismo, defendiendo el valor de las culturas tenidas hasta entonces por “salvajes”. “El salvaje es el que considera salvaje al otro”, afirmó.

1 comentario:

ABRAHAM LÓPEZ MORENO dijo...

Hola, compañera.
FELICIDADES POR TU TRABAJO EN ESTE BLOG.
Soy el creador de “Panorámica Cazorlense”, entre otros blogs, y he entrado al tuyo para invitarte al “I Evento Blog Rural Ciudad de Cazorla”. Quisiera comunicarte que estoy organizado dicho Evento Blog, en Cazorla (mi pueblo), para los días 3, 4 y 5 de Julio. Espero que me comentes y estés interesada en formar parte de esta iniciativa, donde podremos exponer nuestros blogs, libros, fotografías, creaciones propias, etc. y además pasar un fin de semana en contacto con la naturaleza.
Bueno, espero tu contestación, y si no es mucho pedir, hazlo saber a tus contactos que pudieran estar interesados.
Un cordial saludo, y muchísimas gracias.

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