20 de diciembre de 2009

Urbanidad


"Ser natural es la más difícil de las poses"
Oscar Wilde


Las normas de educación -cualquier educación- corrigen la espontaneidad natural.

"¡No cruces en rojo!", "no te eruptes en público", "¡no levantes la voz a mamá!" -así mandan o deberían mandar los padres...



Los manuales de urbanidad son tan antiguos como la civilización, como las ciudades. "Urbanidad" viene del latín "urbanitas". La palabra empezó significando vida ciudadana, incluso vida de Roma, pero acabó significando también comedimiento, trato cortés, bueno gusto, elegancia, gracia...

'Urbem' es el acusativo latino de la voz que significa ciudad. Y ya sabemos que el humano es "animal político", "animal urbano". Lo que distingue a una sociedad urbana, abierta y cambiante, de una sociedad rural y tradicional, es que en la primera uno debe relacionarse con desconocidos continuamente. La convivencia con personas a las que no conocemos de nada y con las que no tenemos familiaridad alguna es imposible y fuente incesante de conflictos si se carece de buenos modales.

27 de noviembre de 2009

Naturaleza y virtud

Lección 2, cuestiones 1. y 7.

La mayoría del alumano está seguro de que nadie es bueno o malo por naturaleza, puesto que no elegimos cómo nacemos, ni dónde, ni con qué disposiciones o aptitudes, si más altos o más bajos, más despabilados o torpes, si más activos o miedosos, si más irritables o insensibles...

Sin embargo, al preguntar si la virtud (el mérito o la excelencia moral) es natural o artificial -pregunta 7.- casi todos afirman que es natural.
Esto puede deberse a que la palabra "natural" está cargada de connotaciones positivas en la opinión pública actual. La publicidad ha hecho de "lo natural" una especie de mística bastante contradictoria: así, un champú se vende como algo "natural" porque contiene esencia de camomila o de ortiga, aunque haya sido producido industrialmente mediante sofisticadas técnicas de laboratorio...

La respuesta a esta pregunta: si la virtud es fruto del arte y la técnica o, por el contrario, surge espontáneamente de nuestra naturaleza, no es fácil. Un famoso filósofo inglés, David Hume, se preguntó esto en su Tratado sobre la naturaleza humana (1740).
Según el escocés, la respuesta a esta pregunta depende de lo que entendamos por "naturaleza":


1) Si entendemos por "natural" lo contrario de lo milagroso, podemos considerar a la virtud algo natural en el sentido de que no cae del cielo ni es una propiedad milagrosa del comportamiento humano. Esta consideración debió costarle a Hume serios disgustos con la religión de su tiempo, pues la teología moral cristiana afirma que las principales virtudes (fe, esperanza y caridad) son gracias o dones divinos.


2) Si entendemos por "natural" lo contrario a lo que es inhabitual o raro, entonces la respuesta a si la virtud es algo natural o no-natural depende de lo que entendamos por "virtud". La "virtud" heroica, por ejemplo, de quien con peligro de su vida ayuda a otros, es bastante rara, pero la virtud normal, de quienes no roban, al menos todos lo días, ni asesinan, ni humillan a sus semejantes..., la virtud de quienes quieren a sus hijos y son respetuosos con los demás, es más bien algo corriente, y por tanto natural. "To er mundo e güeno" no deja de ser una exageración andaluza, pero contiene algo de verdad, y es que la sociedad es posible porque la mayoría de la gente está más bien dispuesta a cooperar con los demás, aun en beneficio propio, que a fastidiarlos y fastidiarse.


3) Sin embargo, si entendemos por "natural" lo contrario a "lo artificioso", a lo que es fruto del ejercicio, hijo del esfuerzo y del ingenio humano, entonces hemos de concluir que la virtud no es espontánea en nosotros, sino el resultado de la educación y las convenciones sociales.

Naturalmente, nacemos con unas u otras disposiciones: a ser estables o inestables, ruidosos o tranquilos, vanidosos o humildes, audaces o retraídos, optimistas o pesimistas, violentos o pacíficos... Pero todas estas disposiciones naturales, aunque no puedan inhibirse del todo, sí pueden modelarse a voluntad, y reprimirse o desarrollarse según nuestras conveniencias, exigencias, intenciones y decisiones, al menos en parte.

¿Cómo? Mediante el ejercicio y el entrenamiento. Nadie nace sabiendo tocar el piano. Se hará un "virtuoso" del piano si se somete durante años a penosos y largos estudios de solfeo y ejercicios de interpretación. La palabra "virtuoso", que usamos cuando nos referimos a quien domina un instrumento musical, tiene un significado más técnico o estético, que ético o moral. Pero tanto el que domina un instrumento como el que domina sus acciones tienen algo en común: que sólo han conseguido eso después de un largo proceso de educación y entrenamiento.

Una persona, a pesar de sus tendencias naturales a quedarse en cama, calentito, por las mañanas, hace el esfuerzo de levantarse, se sobrepone a sus ganas de permanecer cómodo allí, se aguanta y manda a su propio cuerpo que se levante... en beneficio de su educación, si ha de levantarse para ir al instituto, o actúa por sentido del deber, o simplemente, por obediencia a su madre, cuyo cariño y confianza no quiere perder, y que le anima a levantarse. No hace lo que le da la gana, sino lo que sabe que le conviene. De este modo, supera su innata (natural) tendencia a la pereza. Si hace esto todos los días, su diligencia (nombre de una importante virtud) se volverá hábito, costumbre, la buena costumbre de madrugar los días laborables, es decir, se hará virtud. Podremos decir de él que es un tipo diligente y no perezoso. Ha aprendido a ser diligente, en lugar de entregarse al feo vicio de la pereza. La virtud es, por tanto, fruto de un aprendizaje y no el desarrollo espontáneo de una tendencia natural.

Puede que tengamos tendencia a la avaricia, a "no dar ni los buenos días"... ¿Cómo se vuelve uno, entonces, generoso? Ejercitándose en la generosidad, haciendo actos generosos, obligándose a dar cuando su tendencia es la racanería. Pasa lo mismo con montar en bicicleta. Uno puede estudiar lo que es una bicicleta, o recibir clases teóricas sobre cómo montarla, pero al final, sólo aprenderá a montar en bicicleta dando pedales sobre ella. Puede que se caiga alguna vez, tendrá que echarle valor a la cosa, pero al final, aprenderá a hacer lo que no es natural hacer. Por eso decía Aristóteles que somos lo que hacemos. Biológicamente somos hijos de papá y de mamá, pero, moralmente, somos hijos de nuestras elecciones y de nuestros actos.

Esto quiere decir que, al menos en parte, nos fabricamos a nosotros mismos. A menos que..., a menos que estemos completamente "desmoralizados", somos animales autocreativos (o autodestructivos), mantenemos sucia o limpia nuestra casa y nuestra ciudad, a voluntad, podemos empeorarnos o mejorarnos a nosotros mismos y, por tanto, somos responsables de nuestra constitución personal y moral, de nuestro carácter, que no nos es impuesto por el oscuro azar de los genes (como el temperamento) sino elegido en parte según las decisiones que tomamos.

En resumen: No nacemos hechos seres humanos. Humanizarnos, construirnos a nosotros mismos, llegar a ser personas saludables, dignas y felices, es el arte más valioso, el más emocionante y el más difícil. Y cada uno puede hacerse, partiendo de sus aptitudes, según la particular idea que tenga de sí, pero sobre todo, según sus aspiraciones, desarrollando actitudes nuevas y originales que conformarán su personalísimo carácter.

31 de octubre de 2009

Fundamento antropológico de la autonomía


Cuestiones 1, 2, 8 y 10 de la Lección 1

"La disciplina ha hecho al ser humano" Kant

¿Por qué somos animales responsables? O sea, ¿por qué tenemos que responder de lo que hacemos, ante nuestra conciencia, ante los demás, ante las autoridades, ante los tribunales? ¿Por qué no vivimos inocentes en el "paraíso de las bestias"? Ningún tigre se avergüenza por matar y devorar a un cervatillo, ningúna babosa se siente culpable...

1) Autodominio. En primer lugar, podemos y debemos dominar nuestros impulsos, apetitos, deseos, emociones, pasiones y sentimientos. Esto nos da un gran poder sobre la naturaleza y sobre nosotros mismos. Así evitamos por ejemplo poner nuestra vida en riesgo persiguiendo un capricho o un placer efímero. Inhibimos nuestros impulsos al son que nos marcan dos emociones sociales básicas: la vergüenza y la culpa. Nos avergüenza que la persona que apreciamos nos mire con reproche o nos regañe.

El desarrollo del autocontrol es uno de los logros más impresionantes de los niños, tal vez sea la gran diferencia entre la inteligencia animal y la inteligencia humana. El ser humano sabe aguantarse, reprime el hambre si teme que cierta comida le siente mal, y la sed, si sabe que cierta bebida está o puede estar envenenada...

2) Deliberación y elección. Los animales ven y aprenden; pero nosotros, además, decidimos lo que queremos ver y aprender. Dirigimos voluntariamente nuestra atención (*) hacia lo que creemos útil, placentero, interesante o valioso. El bien es lo que todos los seres apetecen, pero nuestro apetecer está orientado por recuerdos, cálculos y previsiones. Los animales atienden mecánicamente aquellos estímulos que resultan relevantes por su naturaleza o intensidad, así un ruido asusta al pájaro y este huye; nosotros no huimos por el ruido de un camión si éste pasa rugiendo por la calle mientras nos sabemos seguros sobre la acera.

Los animales tienen libre albedrío, pueden actuar arbitrariamente ajustándose, eso sí, al medio físico en el que sobreviven, se reproducen y se desenvuelven con más o menos éxito. Nosotros elegimos entre conductas alternativas en un horizonte de posibilidades que los animales no pueden ni entrever. Naturalmente, actuamos por los motivos básicos, buscando las conductas que nos parecen (equivocadamente o no) más saludables, felices y dignas.

3) Para ello es fundamental la previsión, la visión del futuro antes de que suceda. El ser humano es un animal previsor, imagina, antes de que sucedan, las consecuencias de sus actos. Así, por ejemplo, sabemos que si -irritados por un insulto u ofensa- le damos con la sartén al prójimo en la cabeza podemos causarle un daño, que puede ser irreparable. Responsabilidad significa esto: que podemos y debemos responder de lo que hacemos. La imaginación nos permite, también, ponernos en lugar del otro, y así podemos compadecernos de él mediante la empatía.

La inhibición o represión consciente de los caprichos y emociones (autodominio), la posibilidad de elección de la mejor entre conductas alternativas (autonomía) y la previsión y responsabilidad nos hacen relativamente libres.
Para conseguir este control sobre su conducta (incluyendo en ella, hasta cierto punto, sus pensamiento y sentimientos), el niño y el adolescente deben aprender a aguantarse, limitar, modelar y encauzar sus impulsos, incluso aquellos que están cargados de emociones.
El desarrollo del lenguaje tiene un papel decisivo en la aparición del autocontrol de las emociones y acciones, pues su función conativa o directiva nos permite dar(nos) órdenes.
La búsqueda de la autonomía (libertad) conduce a la autorregulación racional de los deseos y sentimientos, que a su vez es fomentada y dirigida por la interiorización de las normas morales.
El resultado es la disciplina o aprendizaje de la autonomía a través del sentido del deber.

El niño lo consigue a través de tres etapas:
1) Explora los límites, desobedece, dice que no...
2) Provoca para obtener una definición clara de las normas, porque el niño necesita saber a qué atenerse.
3) Asimila las restricciones como hábitos permanentes de su carácter y personalidad.

Según Selma Fraiberg un niño que ignora la disciplina es un niño que no se siente amado. Un niño o niña al que no impedimos que atraviese la calle con el semáforo en rojo, por ejemplo, cuando ella o él saben que deberían detenerse, ¡piensan que su comportamiento no importa a nadie!

No nacemos libres, sino que es necesario aprender a serlo. Cuando nacemos y durante mucho tiempo somos dependientes de otras personas que nos cuidan y del medio físico y social en el que nos movemos y crecemos. El aprendizaje de la autonomía (libertad) implica dominio de los deseos, de los apetitos y de las emociones.


(*) La racionalidad, la conciencia, el alma como yo ejecutivo o como inteligencia voluntaria reobra sobre la percepción orientándola, este es el milagro del control voluntario de la atención o, simplemente, de la atención, ensimismamiento, concentración como capacidades propiamente humanas. Véase sobre este asunto nuestra entrada
http://diccionariosubjetivo.blogspot.com/2009/10/atencion.html

5 de junio de 2009

7. Diversidad, Globalización y Culturas

Diversidad, globalización y transculturalidad


Iguales y distintos. Diversidad y solidaridad

Querer y respetar a los que se nos parecen es fácil, lo que exige esfuerzo y educación es respetar y apreciar al que es distinto. Nos sentimos a gusto con la gente que nos resulta familiar, con los que tienen nuestra edad, con los que compartimos aficiones, creencias, intereses, gustos... Es natural que nos cueste más compadecernos de las miserias de un extranjero, que de las de un paisano o colega. A medida que nos alejamos de nosotros mismos, el afecto deja paso a la curiosidad, a la desconfianza, al temor...

A esto se le ha llamado principio de benevolencia limitada: a medida que salimos de lo familiar y extendemos el radio de acción de nuestro “corazón”[1], desde lo próximo[2] a lo distante, la intensidad de nuestra benevolencia disminuye y tendemos a ver al otro más como un potencial peligro o un enemigo, que como un semejante. Sentir miedo por quien es de otro color de piel o tiene los ojos rasgados es una reacción natural, y por tanto, ni mala ni buena. Lo malo es que dejemos que ese miedo ofusque nuestra inteligencia y nos lleve a pensar que, necesariamente, quien no actúa, siente o huele como nosotros ni es de nuestra condición social, sexual, racial... (la que sea) es sucio, inhumano o malvado. La principal intención de una buena educación para la ciudadanía debe precisamente ayudarnos a superar los efectos perversos de esta tendencia emotiva, tan arraigada en nuestra condición animal: ampliar el radio de acción de nuestra simpatía natural, en solidaridad universal y cosmopolita con lo humano, pues nada humano podemos juzgar ajeno, según la vieja máxima que se atribuye a Terencio: 'nihil humanum alienum puto'.

Antiguamente, los miembros de un clan, de una tribu, de una ciudad o de una nación creían que sólo ellos merecían ser llamados “humanos”, que su Dios era el único Dios, que sólo ellos merecían la vida y la salvación, etc, como si la dignidad humana fuese atributo de un solo grupo de personas, con exclusión de los demás, a los que se consideraba extraños por hablar, sentir, actuar o pensar diferente. “Los otros”, los de enfrente, ni siquiera fueron considerados como humanos, cuando, ¡en pleno siglo XX!, se perpetraron genocidios o deportaciones masivas, limpiezas étnicas, crímenes y violaciones de guerra, en África, ¡y en la “civilizada” Europa!


En otras épocas, los hijos eras propiedad de sus padres, que tenían la posilidad de disponer de su vida y muerte según su antojo, los niños y las niñas que nacían con deficiencias, carecían de derechos y eran eliminados sin compasión. Todavía hoy se practica el infanticidio –sobre todo de niñas- en muchos lugares del planeta. Los “civilizados” griegos de la época clásica que crearon la democracia, el teatro y las ciencias naturales y morales, consideraban natural la esclavitud y a los forasteros que no hablaban su lengua los despreciaban como si fuesen poco más que animales, "barbaroi" -los llamaban-, o sea, “los que hablan como pájaros”.

Las personas que sienten espontáneamente inclinaciones homosexuales han debido ocultarlas durante siglos en casi todas las culturas, y en muchos países siguen siendo tratados como enfermos, pecadores, pervertidos o delincuentes. El racismo y el sexismo, la homofobia o el machismo, están presentes en nuestro lenguaje y en nuestros chistes (“merienda de negros”, “trabajar como un negro”, “afeminado”, “mujer pública”, etc.).

Así, los que no se ajustan a la norma, los que no aparentan ser “normales” –y nadie lo es completamente-, son mirados por encima del hombro, despreciados o aislados, y quedan marginados de la vida civil, de la asamblea de ciudadanos y de la toma de decisiones. En el mundo antiguo, los adolescentes y las mujeres eran considerados imbéciles o idiotas, irresponsables e incapaces siquiera de decidir por sí mismos. En una palabra, los que mandaban discriminaban y todavía discriminan -discriminamos- a la gente por ser de otra raza, de otra religión, de otra lengua, de otro sexo, etc...

Grandes sabios de la antigüedad y la Edad Media llegaron a afirmar que las mujeres eran seres humanos imperfectos, ¡por el hecho de ser mujeres![3]. Es un hecho probado que las mujeres se han visto históricamente menospreciadas como “sexo débil”, consideradas intelectualmente inferiores, y sólo muy recientemente han conseguido el derecho al sufragio y otros derechos civiles elementales. Como los hábitos de pensamiento cambian muy lentamente, incluso más despacio que las costumbres, aún hay machistas recalcitrantes que se consideran superiores por lo que un oscuro azar genético les puso entre las piernas, o nacionalistas extremosos que se creen mejores que nadie por haber nacido en Barcelona o Bilbao, o clasistas recalcitrantes que miran al resto de la humanidad con desprecio por haber tenido la suerte de nacer en un pesebre de plata.

El progreso ético de la civilización ha consistido en una ampliación sucesiva de la dignidad humana o, dicho de otro modo, en la universalización progresiva de los derechos del ser humano. Por eso, la finalidad primera de la educación para la ciudadanía apunta a la creación de una ética universal, cosmopolita, fruto de un diálogo intercultural.

El gran filósofo ilustrado Kant (s. XVIII) afirmó, con razón, que la especie humana sólo superaría las miserias y desastres de la guerra, y sólo alcanzaría un progreso adecuado, cuando aprendiera a solucionar todos sus conflictos en base a reglas aceptables para todo ser racional (todo ser humano), reglas tan razonables que excluyeran cualquier tiempo de privilegio. Todas esas reglas se pueden resumir en una: La humanidad ha de ser tenida siempre como un fin y nunca meramente como un medio. Nadie debe usar o instrumentalizar a otro ser humano olvidando que también es un fin para sí mismo.

Seguramente, la primera ética universal fue oriental, budista. Y entre los filósofos occidentales, fueron los estoicos quienes rechazaron la idea de que alguien pudiera nacer esclavo o ser tenido por tal “por naturaleza”. La idea de que todo hombre es, o puede llegar a ser, libre, ha tardado muchísimo tiempo en ser mayoritaria, pero hoy es reconocida por las principales instituciones internacionales. Aunque los seres humanos nazcan con distintas aptitudes, nadie es más que nadie desde un punto de vista ético, y por eso es justo que todos los votos valgan lo mismo.

El cristianismo primitivo confirmó esta idea e insistió en que la salvación de cada ser humano estaba en sus manos, ¡y también su condenación, claro! Ese humanismo acabó independizándose de la religión y reconoce a cualquiera, con independencia de su nación, credo, raza, sexo... los mismos derechos (a la vida, la educación, la salud, el trabajo, la lucha por la felicidad, etc.) y las mismas obligaciones (no hacer daño a nadie, vivir honestamente, dar a cada uno lo suyo), constituye el fundamento de la doctrina de los derechos humanos, doctrina que inspira las constituciones políticas más avanzadas. Ese humanismo resulta además imprescindible si queremos mantener la paz en comunidades humanas internacionales y multiculturales.

Los forasteros
Los fenómenos migratorios han sido frecuentes en todas las épocas. El ser humano emigró de África –donde seguramente nació como especie- hace un millón de años. Los andaluces, huyendo de la miseria, emigraron masivamente a las regiones industriales de España o Alemania, para buscarse la vida, huyendo de la miseria. En la actualidad, España es un país relativamente rico, sus habitantes dan de lado a ciertos trabajos mal considerados, duros o muy retribuidos, y los empresarios de la hostelería, de la construcción o de la agricultura necesitan contratar mano de obra extranjera.

Los emigrantes producen riqueza y contribuyen al rejuvenecimiento de la población. Además, enriquecen culturalmente el país. Históricamente, las culturas más creativas han surgido siempre del mestizaje de otras anteriores, tal fue el caso de la civilización griega, a la que debemos la democracia y la ciencia y que tomó la escritura de los fenicios, la astronomía de los caldeos y las matemáticas de los egipcios.

Hoy, España cuenta con más de cuatro millones de inmigrantes: más de un 10% de la población. Los principales sectores en que trabajaban las personas inmigrantes en 2006 eran la construcción (19,7%), la hostelería (14,2%) y el servicio doméstico (13,3%). Los extranjeros representan un 15,1% de la población activa (en edad de trabajar) y un 14,6% de la ocupada (que cotizan a la Seguridad Social). Sólo dos países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) tienen mayores porcentajes de población extranjera, Suiza (20,3%) y Luxemburgo (41%).

Ante la existencia de otras culturas caben dos respuestas extremas, igualmente insuficientes: el etnocentrismo y el relativismo cultural.

El etnocentrismo tiende a devaluar y rechazar toda manifestación cultural diferente de la propia, tachándola de subdesarrollada, primitiva o salvaje[4]. Así, igual que muchos de nosotros tendemos a considerar absurdos los ritos con que un matarife musulmán degüella a un cordero, para la mayoría de los seres humanos resultan bastante absurdas las corridas de toros, que sin embargo forman parte de nuestro legado artístico y cultural.

El relativismo cultural tiende a comprender y aceptar todas las manifestaciones culturales, con un benevolente espíritu de tolerancia. Al intentar explicar ciertas costumbres por sus causas naturales o simbólicas, el relativismo, llevado a su extremo, acaba haciendo equivalentes un soneto de Shakespeare y un fetiche budú. Pero si todas las prácticas y las costumbres valen lo mismo, ninguna vale nada. No hay modo entonces de censurar o prohibir el abuso de las mujeres, o la mutilación infantil de las niñas..., ni siquiera la antropofagia, que algunas culturas han practicado fehacientemente.

Las prácticas tienen un valor antropológico relativo a la cultura en que nacen y se conservan. Pero esto no significa que todas valgan lo mismo desde un punto de vista moral o ético, transcultural. Pueden y deben ser juzgadas éticamente desde una perspectiva transcultural, universalista y cosmopolita, aplicándoles precisamente el metro de medir de la racionalidad humanista e ilustrada. Así, el infanticidio, el machismo, o la ablación ritual del clítoris de las niñas (una mutilación ritual que practican millones de personas en África) resultan intolerables, o sea, rechazables desde dicho punto de vista transcultural, pues van contra los derechos humanos (por ejemplo, el derecho a la salud y la integridad física).

También puede ser útil distinguir entre culturas y civilización. La perspectiva científica, la capacidad ética -que permite exponer (en el teatro o el cine) las propias costumbres a la crítica-, o el respeto a los derechos humanos (el Estado de derecho) distinguen las costumbres civilizadas, la civilización, de la mera cultura. En toda cultura hay, desde luego, fenómenos humanizadores. Pero no se podría hablar de auténtica civilización si falta uno de esos requisitos: respeto a los derechos individuales (libertad), teatro (sentido crítico) y ciencia (perspectiva objetiva).

Ante de juzgar a los sujetos de otras culturas por cómo viven o piensan, y antes de entregarnos sin reflexión al desprecio, la fobia, la manía o la antipatía, hemos de intentar comprender su historia y valores, poniéndonos en su lugar, entendiendo lo que significa vivir lejos del propio país, acogiéndolos con respeto, cooperando con ellos en la construcción de un mundo más justo y una ciudad más habitable. Nadie abandona su propia tierra si no es por necesidad. Y España no sería un destino para estas personas si no hubiera necesitado en los últimos años fuerza de trabajo en abundancia.
Un solo mundo

En nuestra época, y antes de que se haya consolidado una ética universalista o un derecho internacional aceptado por todas las naciones del mundo, se está produciendo un fenómeno de globalización económica que causa importantes efectos en todas partes, efectos positivos, pero también estragos.

En efecto, el desarrollo de los medios de transporte y la apertura de fronteras ha facilitado la formación de un mercado único, global. Antaño, cada comarca tenía su mercado local, en el que se compraba y vendía lo que sus habitantes producían. Pero hoy, basta darse una vuelta por cualquier supermercado, para darse cuenta de que sus productos proceden de todo el mundo, nuestros CDs se han fabricado en Asia, nuestras zapatillas de deporte en Taiwán, los kiwis que comemos vienen de Nueva Zelanda, las uvas, en primavera, de Chile, el queso azul de Dinamarca, la ternera de Irlanda, el ron añejo de la República Dominicana... Nuestro aceite de oliva extra se vende a precios increíbles en Noruega, y llega a la pizzería más remota de Norteamérica. Esto significa que las mercancías, los capitales, e incluso el trabajo, circulan por todo el mundo, a gran velocidad y sin límites de fronteras. Por su parte, la red de redes, Internet, ofrece un potente medio de comunicación global, una especie de cerebro mundial para formalizar relaciones comerciales, laborales y financieras.

Hay movimientos que se oponen a la globalización porque la consideran injusta. Piensan que convierte a las empresas multinacionales (Coca-Cola, General Motors, Nike...) en corporaciones más poderosas que los Estados nacionales. Se dice que la globalización beneficia sobre todo a los países ricos y esto acrecienta la desigualdad.


Pero la globalización también ofrece trabajo allí donde no lo hay -en los países pobres- y genera paro en los países ricos. Esto sucede con el fenómeno de la deslocalización: las empresas -para abaratar costes de producción, y poder ofrecer productos más baratos que la competencia-, trasladan sus fábricas allí donde la mano de obra es más barata, productiva y dócil. Un ejemplo reciente lo ofrece la deslocalización de Delphi: de Puerto Real (Cádiz) a Marruecos. En Cádiz, un trabajador cobra 1350 euros al mes con jornadas de ocho horas y dos días de descanso semanales, vacaciones pagadas e indemnización si va al paro. En Marruecos, el sueldo es de 153 euros, la jornada de ocho horas, más cuatro horas extra obligatorias, los días de descanso 2 ó 3 al mes, y no existen ni vacaciones pagadas ni subsidio de paro, ni sindicatos organizados para defender los derechos del trabajador.

La globalización también produce especialización y pérdida de variedad de cultivos, con el consiguiente empobrecimiento en diversidad medioambiental. Esto se puede ver fácilmente en nuestro entorno donde las huertas, el cereal, las viñas o las legumbres, han sido masivamente sustituidas por olivos, cuyo producto estrella, el aceite virgen extra, alcanza altos precios en los mercados internacionales, y cuya producción ha sido también subvencionada por la Unión Europea (garantizada hasta el 2013). Los representantes de los países pobres se quejan de estas subvenciones a los agricultores, pues sus propios productos se venderían mejor en los mercados internacionales sin el proteccionismo de los países ricos. Así que el mercado es libre, cuando conviene a los poderosos, pero no tanto, cuando no les conviene. Y quien dicta sus leyes, es el dueño del capital, de los recursos financieros con que se mueve todo.
Dichos recursos financieros también están globalizados. Así lo demuestra la presente crisis, provocada por la temeridad y avaricia prestamista de muchos bancos, que ahora no pueden recuperar sus préstamos, la especulación inmobiliaria, la crisis de la construcción y otros fenómenos globales y nacionales.

Se dice que la globalización es sólo económica y debería ser también solidaria y ética. En el año 2001 se reunió el Foro Social Mundial en Porto Alegre con el lema “otro mundo es posible”, proponiéndose una globalización que respete los derechos fundamentales, busque la erradicación de la pobreza y conserve un medio ambiente saludable, fomentando el comercio justo, perdonando la deuda externa a los países menos desarrollados y disminuyendo el gasto militar. De modo que los países más desarrollados puedan destinar el 0,7% del PIB (su producto interior bruto) a políticas de solidaridad con los países más pobres.


Cuestiones

1. ¿Crees que la legislación española debe respetar el derecho de las chicas musulmanas a ir con la cara tapada a clase? ¿Y con un pañuelo (hiyad)?
2. ¿Tenemos una capacidad innata para la solidaridad? ¿Qué papel ocupa la educación en la formación de valores cívicos?
3. Estudia otros fenómenos masivos de inmigración, anteriores a la época actual. ¿Cuánta población perdió Andalucía después de la guerra civil española?
4. ¿Cuáles pueden ser las causas de la emigración?
5. ¿Deben los emigrantes aceptar las normas y costumbres del país que les acoge? ¿Deben los nacionales respetar las costumbres de los que vienen de fuera? Matice sus respuestas.
6. Explique el origen y necesidad del humanismo.
7. Construya una tabla con dos columnas: una para las causas y otra para los efectos de la globalización.
8. ¿Qué medidas podríamos tomar para minimizar los "efectos perversos" de la globalización?
9. ¿Por qué el etnocentrismo es tan insuficiente como el relativismo cultural?
10. ¿Es posible una ética mundial? ¿Es necesaria?
Notas
[1] “Corazón” es la metáfora tradicional, poética, para referirse al complejo mundo de la emotividad humana: las emociones, sentimientos y pasiones, emotividad que está y debe estar ligada a la inteligencia.
[2] La palabra “prójimo” procede de proximum, que también ha dado en castellano prójimo, el familiar, el hermano, el cercano.
[3] Las mujeres ocupaban todo su tiempo y energías en la progenie, de grado o por la fuerza, y no alcanzaban la cultura superior, y por lo tanto se pensaba que carecían de capacidad para la ciencia o el arte más elevado. Como se ve, el argumento es pésimo. Y lo confirma el hecho de que hoy, liberadas de las duras obligaciones de la crianza y el cuidado de los hijos –de grado o por la fuerza- pueden cursar los mismos estudios superiores que los hombres con parecido o superior éxito.
[4] El antropólogo belga Lévi-Strauss -que nada tiene que ver con una marca de pantalones vaqueros-, criticó el etnocentrismo, defendiendo el valor de las culturas tenidas hasta entonces por “salvajes”. “El salvaje es el que considera salvaje al otro”, afirmó.

17 de mayo de 2009

6. Familia, Amistad y Amor

La familia

Así como nuestro cuerpo está compuesto de células, la sociedad puede pensarse como un organismo compuesto de familias, por eso se ha escrito que la familia es el núcleo o la célula básica de la sociedad. La familia nos ofrece el clima de afecto y seguridad en el que mejor nos desarrollamos y maduramos. Si este clima no es bueno, si la familia está rota, o en ella se practica el terrorismo íntimo (sarcasmos, desprecios, amenazas, insultos, malos tratos, etc.), el sujeto puede malograrse, fracasando en la construcción de su inteligencia[1]. Las heridas[2] que padeceremos por haber soportado un mal ambiente familiar, pueden tardar en curar toda la vida, o no curar del todo nunca.




En el seno de la familia se produce la primera socialización[3] de los individuos. La familia les saca de su naturaleza animal para proyectarles hacia su condición propiamente humana (segunda naturaleza). En el seno de la familia aprendemos a hablar y a comportarnos como personas, con hábitos formados tan tempranamente, que dejarán una impronta indeleble en nuestro carácter, siendo además los últimos que se olvidan. Si esta primera socialización falla, el individuo puede acabar sintiéndose un excluido social, o desarrollando conductas disruptivas o violentas.

De ahí la importancia de que la familia funcione bien si queremos una sociedad feliz y pacífica. Si la familia funciona, la sociedad funciona; si la familia está en crisis, es fácil que la sociedad padezca momentos de convulsión y violencia. Por eso, la mayoría de las políticas sociales, nacionales o internacionales, protegen de un modo u otro la familia, por ejemplo, desgravando fiscalmente a las personas con hijos a su cargo.

En nuestra historia natural siempre ha habido familias, y mientras nuestra sociedad esté constituida por personas humanas y no por robots o ciborgs, habrá familias, porque es la forma natural de producción y reproducción de nuestra especie, heredada de nuestros antepasados mamíferos y enraizada en nuestros instintos más fuertes y antiguos. En la actualidad, la mayoría de los adolescentes consideran la familia la cosa más importante y el lugar principal de comunicación y relación.

Desde luego, el tipo de familia ha cambiado y seguirá haciéndolo, podríamos decir que cada sociedad y cada cultura tienen un modelo propio. Las familias han sido y son patriarcales o matriarcales, monogámicas o poligámicas, extensas o nucleares, monoparentales o reconstituidas.

Antiguamente, todos los miembros de la familia acataban la autoridad (casi ilimitada) del padre o el abuelo (patriarca). En la actualidad, el núcleo familiar está compuesto por los padres y los hijos que conviven con ellos, y la potestad paterna está más igualitariamente repartida entre la madre y el padre, o las personas –tutores legales- que ejercen de tales. Han aparecido familias monoparentales, en las cuales los hijos viven con uno solo de los cónyuges, a causa de separación, divorcio[4], o fallecimiento de uno de ellos, o por la decisión libre de una persona que ha querido adoptar o tener hijos. También se dan cada vez más familias reconstituidas tras una separación o un divorcio, en las que conviven hijos de distintas parejas.

Una ley reciente facilita en España el “matrimonio” de parejas homosexuales, de lesbianas o de gays. Tales parejas no son, por su propia naturaleza, productivas. En nuestra época está fuera de dudas (científicamente hablando) que no somos culpables de nuestra orientación sexual, puesto que no podemos elegirla, aunque podamos elegir desarrollarla o no practicarla[5]. Tal orientación merece respecto, tanto si es heterosexual como homosexual. Y el abuso sexual de menores, el acoso, la violación, el proxenetismo, son delitos sexuales perseguibles con independencia de la orientación sexual del delincuente. Es lógico que el derecho regule también este tipo de parejas como regula las otras, en cuanto a la atribución de derechos y deberes (de pensión, trasmisión de bienes, etc.). pero psicólogos, sociólogos y políticos discuten si es aconsejable permitir o favorecer que estas parejas adopten hijos...

Nuestra constitución no obliga a nadie a formar una familia, pero sí ampara el derecho de hacerlo, como un proyecto libremente elegido. Cuando dos personas deciden fundar una familia establecen un compromiso que implica lazos afectivos y obligaciones de fidelidad y colaboración. Tal relación está regulada por un contrato civil, caso de las “parejas de derecho”, las que se casan oficialmente, o por un estatuto jurídico (caso de las “parejas de hecho”). El derecho actual no establece ninguna discriminación entre los hijos antaño llamados “naturales” (tenidos fuera del matrimonio)[6] y tenidos dentro del matrimonio (antiguamente llamados “legítimos”).

Las funciones principales de la familia son:

1) Reproductora:

Tener abundantes hijos o descendientes ha sido siempre apreciado por todas las culturas. En una sociedad de cazadores o de guerreros feroces, es comprensible que se valore más el tener un hijo varón, un heredero, un vástago que rápidamente pueda convertirse en espadachín o arquero[7]. En las sociedades neolíticas que practicaron por primera vez la domesticación de animales y el cultivo artificial de plantas, la capacidad procreadora de la mujer (que no se asociaba necesariamente al coito con el varón) era celebrada como un don divino. Su función se sublimaba en el culto a diosas de la fertilidad, a diosas madres. La palabra “matrimonio”, lleva en su raíz el término latino mater, madre. No hace mucho, aún se decía en nuestra tierra andaluza que “los hijos nacían con un pan debajo del brazo”. En efecto, a los niños y niñas se les ponía enseguida a trabajar en las faenas del campo, y su mano de obra era tan barata que no había que pagarla cuando trabajaban en la hacienda propia o el negocio familiar. Muy pocos tenían el “privilegio” de poder dedicar sus años mozos a la educación e instrucción propias. Sin embargo, las cosas han cambiado tanto –en muy poco tiempo- que el tener hijos no es hoy tanto una garantía de enriquecimiento patrimonial, sino de empobrecimiento, pues los hijos tardan cada vez más en emanciparse económicamente del hogar paterno y las parejas ricas resultan más estériles que las pobres.


Cuando los seres humanos escaseaban sobre la tierra, o después de una guerra o una catástrofe natural, los gobiernos premiaban a los padres de familias numerosas. También en esto las cosas han cambiado muchísimo en unas décadas. Hoy nos enfrentamos a escala mundial a un problema gravísimo de superpoblación. Los preservativos (condones)[8] y otros medios de control de la natalidad han permitido desvincular la práctica del sexo de la procreación. De modo que las parejas pueden decidir si tienen o no hijos y cuando los tienen, incluso es ya tecnológicamente posible elegir el sexo del que va a nacer. Los medios contraceptivos permiten el ejercicio de una paternidad responsable, porque las parejas pueden, en función de sus posibilidades económicas o de su tiempo disponible, tener sólo los hijos que pueden educar con esmero. Como cualquier otro medio, pueden ser empleados responsable o frívolamente.

La igualdad de la mujer, su acceso al trabajo retribuido y a la vida pública, y la posibilidad de autocontrolar libremente su capacidad procreadora, han echado a perder definitivamente las mayoría de los estereotipos sobre la reproducción y su moral tradicional, dentro y fuera del matrimonio. La virginidad y castidad de la mujer era muy apreciada en las sociedades tradicionales porque servía al varón de garantía de la legitimidad (biológica y jurídica) de su progenie, incluso de la salud de la misma. Ya no es así, y al mismo tiempo contamos con medios técnicos muy precisos para que un varón no pueda escaquearse de sus reponsabilidades como padre, puesto que mediante el análisis del ADN se puede saber con gran seguridad quién es hijo “natural” de quién.

2) Educativa:

Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Hoy es frecuente que ambos cónyuges tengan que trabajar para poder pagar la hipoteca, o que estén más pendientes de sus propias carreras o de su triunfo profesional que de la educación de sus hijos. Han delegado en las escuelas y las instituciones públicas que no siempre pueden sustituirles, y que, para que su trabajo sea efectivo, deben contar con el compromiso y el respaldo de los padres y madres.

3) Afectiva:

El amor no se puede imponer; “ni se compra ni se vende el cariño verdadero”. Sin embargo, es estúpida la idea de que toda especie de amor surge espontáneamente, y una exageración romántica la afirmación machadiana de que “nadie elige sus amores”. Si nuestros sentimientos no fueran modificables y modelables por la costumbre y la repetición (“el roce hace el cariño” y “a todo se acostumbra y aficiona uno”), las empresas no gastarían millones de euros en publicidad. La fuerza de nuestros instintos es muy fuerte pero ciega, sí que la inteligencia puede y debe controlar e iluminar nuestros afectos.

Los votos de fidelidad y amor que hacen los esposos ante el altar o el alcalde han de ser renovados cotidianamente si la pareja quiere que su matrimonio dure. Esto significa no sólo querer como se quiere al principio, con el deslumbramiento de la pasión erótica, sino querer querer, empeñarse en querer, apreciar la felicidad del otro más, o por lo menos tanto como la propia, reconociendo que el propio bienestar depende del bienestar del otro.

Las escrituras de todas las religiones distinguen entre la unión espiritual y la relación puramente física. La primera intimidad[9] es de naturaleza superior y acompaña a la segunda. La unión espiritual se fundamenta y conserva gracias a la paciencia y el perdón; cada persona desea lo que es mejor para la otra. La segunda, la relación puramente física, es huidiza, depende de la salud y de la edad, se caracteriza por la manipulación, la autoafirmación y el orgullo, porque cada persona desea lo que resulta placentero para sí misma.

La atracción y la satisfacción sexual ocupan, por supuesto, un lugar importante en nuestras vidas, y constituyen la base biológica del matrimonio, pero sólo sobre ella no puede edificarse una relación duradera. El agradecimiento, la mutua comprensión, el respeto y el cariño, son imprescindibles en toda relación moral, propiamente humana. En la familia, los afectos deben extenderse no sólo al cónyuge, sino también a sus familiares, que pasan a ser padres y hermanos “políticos” (suegros, cuñados), y en la actualidad, cada vez con más frecuencia, a los hijos de otras relaciones anteriores. Ello exige un ejercicio constante de generosidad y diálogo: de comunicación entre almas.

4) Económica:

Aunque las relaciones de pareja no se basen únicamente en la cooperación económica; el dinero y los bienes materiales, aunque no sean lo más valioso, resultan para nada despreciables. La sabiduría popular del refranero nos recuerda que “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. “Contigo a pan y cebolla” vale como declaración romántica de amor, cuando la pasión y la atracción sexual son muy fuertes, pero es difícil que esta actitud tenga continuidad en el tiempo, sobre todo si hay hijos por medio.

En la actualidad hay dos formas de contratar la relación económica de una pareja. El régimen de bienes gananciales, en el que los cónyuges se comprometen a compartir ganancias y pérdidas, y el régimen de separación de bienes, en el que ambos cónyuges conservan la independencia de sus respectivos patrimonios.

5) Asistencial:

En España se ha aprobado recientemente la Ley de Dependencia para ayudar a las familias que tienen personas inválidas o minusválidas a su cargo. Tradicionalmente, han sido las mujeres las que han desplegado esta importante y nunca suficientemente valorada “ética del cuidado”, atendiendo a los hijos minusválidos o a los padres enfermos.


La amistad

El gran filósofo Aristóteles dijo que si todos los humanos fuésemos amigos, no necesitaríamos leyes; ni jueces, ni cárceles.

La amistad no es sólo un sentimiento que surge espontáneamente; no hay que confundirla con la simpatía de la que, a veces, nace con el tiempo. Pero quien domina su mente puede incluso transformar su antipatía en simpatía, con tal de que ponga voluntad en ello. La amistad es una virtud, o sea, una excelencia propiamente humana y libre, un conjunto de hábitos o costumbres que elegimos (jugar, conversar, colaborar con alguien) y que nos vincula y compromete con otras personas. La amistad no es posible a la fuerza. Pero tampoco es posible la amistad sin aceptar compromisos. En nuestra época, la gente valora tanto su independencia o autonomía personal (que confunde con la libertad), que acaba no aceptando compromisos de lealtad; en consecuencia, las relaciones de amistad se quiebran rápidamente, no maduran ni se hacen permanentes. La gente acaba envejeciendo aislada, y enloqueciendo[10] sola.

La tele o la radio acompañan. Un gato, un loro o un perro, pueden proporcionarnos compañía y calor, incluso cierto grado de solidaridad o camaradería animal, pero no verdadera amistad. “Conocidos” tenemos muchos, a los que podemos llamar jovialmente “amigos” o “amigas”, pero verdaderos amigos o amigas siempre se podrán contar con los dedos de una mano y sobrarán dedos, si es que se consigue encontrar alguno o alguna. Es así porque la amistad es una construcción moral que requiere buenas actitudes y hábitos, mucho tiempo y algún esfuerzo, incluso importantes sacrificios. Poner mi voluntad acorde con la voluntad de otro implica, muchas veces, la renuncia a hacer lo que me dé la gana.

La simpatía es la semilla de la amistad, pero la amistad es una planta compleja que debe cultivarse con paciencia para que dure y dé buenos frutos, por eso requiere cuidados constantes, pero también descanso: las virtudes de la espera. Las prisas matan la ternura. Así como una planta necesita agua para no secarse, pero no tanta que se ahogue o crezcan hongos en sus raíces, la amistad requiere conversación y reconocimiento, pero no tanto que agobie o asfixie a la propia idiosincrasia.

La amistad con otros requiere amistad con uno mismo, amor propio. Este sentido de la propia dignidad asociada a la intención de desarrollar lo mejor de nosotros mismos no debe confundirse con el egoísmo. Quien no se estima a sí mismo muy raramente será estimado por los demás. Quien tiene una intimidad rica, una soledad plena, tiene más que ofrecer a los demás, que aquel que no se soporta a sí mismo y sólo usa a los demás para olvidarse de sí, para ahogar su malestar con ruido.

El verdadero amigo es otro yo: un “colega”, un “camarada”, un “compañero”, un igual. Alguien que sirve de testigo de mi vida y con quien la comparto. Por eso invitamos a nuestros amigos a celebrar nuestros logros o nuestro cumpleaños, y ellos se acuerdan de felicitarnos, o acuden a nuestra vera, cuando estamos enfermos, o afligidos por la pérdida de un ser querido, a abrazarnos y solidarizarse con nosotros en los malos momentos, dándonos las condolencias o el pésame u ofreciéndose por si los necesitamos.

No es posible construir una amistad sobre una relación de dominación, en que una persona mande y otra obedezca sin rechistar, o cuando una persona se siente muy superior, o muy inferior, a la otra. De ahí que los grupos de adolescentes dirigidos por un líder carismático, recuerden más a las hordas primitivas, que a un verdadero “grupo de amigos”[11]. Uno puede admirar ciertas capacidades de otra persona y ser admirada a su vez por ella, por contar con capacidades diversas y propias. Pero si una persona sólo admira –incluso adora-, obedece ciegamente, y no es apreciada por aquél o aquella a quien admira, entonces resulta despreciable y acaba padeciendo abusos y maltratos. Uno debe querer cuanto pueda, pero salvaguardando la propia dignidad, de donde se sigue que, muy al contrario de lo que se suele pensar, no todo amor es digno ni bueno. El amor puede ser loco, perverso, doliente, desgraciado, o convertirse en una pasión autodestructiva.

Aristóteles distinguió entre la amistad basada en al placer de estar juntos, que es propia de la juventud; la que está basada en el interés, que es el lazo fundamental que une a los humanos en ciudades, y la amistad verdadera, que es una noble ambición del espíritu de los buenos. Toda amistad verdadera está basada en la confianza y el respeto mutuo, y en el toma y daca, o sea en la reciprocidad de reconocimiento y entrega (de regalos, cuidados y afectos): dar y recibir, querer y ser querido, acompañar y ser acompañado, hablar y escuchar, consolar y ser consolado, perdonar y ser perdonado, acariciar y ser acariciado, hacer favores y ser favorecido. Los amigos comparten ratos, experiencias, vida, pero no sólo placeres, sino también duelos y quebrantos, enfermedades y malos ratos, preocupaciones y amarguras... Por eso se dice que “en los buenos tiempos tus “amigos” te conocerán, pero en los malos ratos tú sabrás (realmente) quiénes son tus verdaderos amigos”. Lo importante siempre para valorar la amistad que alguien nos presta no es lo que dice, sino lo que hace: obras son amores y no buenas razones...

Por otra parte, la amistad exige también convivencia. Tal vez por eso dijo el poeta que “la distancia es el olvido”. Convivir tiene sus ventajas pero también sus inconvenientes. Uno no puede hacer cuando convive con otro lo que le da la gana. Puede que tengamos sólo una tele y no nos gusten los mismos programas, o puede que tengamos que usar el mismo baño y tengamos que establecer turnos para hacerlo. Si queremos compartir mesa, techo o cama, hemos de ser educados, limpios, amables, comprensivos, etc. Incluso debemos respetar la soledad del otro porque, a veces, necesitamos recogernos, “plegar velas”, quedarnos solos por un tiempo, dialogando con el otro que llevamos dentro. Esto puede servirnos para apreciar más la compañía de los demás, o para valorar con más rigor lo que nos cuesta, o lo que nos aporta, una determinada relación amistosa.

La sexualidad y el amor

La base instintiva del amor es naturalmente la sexualidad, cuya finalidad animal es la reproducción, pero mientras que en el resto de los animales, la sexualidad está regulada por pautas fijas e instintivas, en el ser humano ha ampliado su finalidad reproductiva y ha complicado su efecto y acción, asociada a la vida moral, estética, afectiva e intelectual. En cierto sentido, los seres humanos somos animales hipersexuales: dedicamos muchísima más atención, esfuerzo y tiempo que cualquier otra especie de primates al galanteo, el cortejo o el coito. En general, la sexualidad sirve de aliciente de la sociabilidad, adoba con sal y pimienta todas las relaciones humanas. Más concretamente, es muy probable que la extensión de la sexualidad en el ser humano más allá de su función reproductiva, incluso más allá de la edad fértil, se deba[12] al hecho de que los cachorros humanos necesitan permanecer mucho tiempo dependientes de los padres para sobrevivir y aprender a vivir como humanos. La intimidad sexual continua y placentera afianza el vínculo afectivo entre los padres y ayuda a conservar la estabilidad de la vida familiar, ofreciendo larga protección y formación a los hijos[13].

Nuestra especie usa la fuerza de la sexualidad para muchas cosas. Así, enriquecida por la fantasía y asociada a fuertes emociones y afectos, adquiere en el ser humano una dimensión de la que carece en el resto de los animales, como ponen de manifiesto los modelos universales de trágicas pasiones amorosas: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Calixto y Melibea.

En última instancia, el deseo se desvincula de su origen reproductivo en las relaciones que mantenemos con nuestros animales de compañía, en la atracción que sentimos por un compañero del mismo sexo, o por una actividad deportiva o científica, la devoción que sentimos por nuestra madre o por la maternidad en general, etc. Así, podemos universalizar nuestras inclinaciones hasta que abarquen a la humanidad en general, o acabar amando los números y las palabras, como si “hiciéramos el amor” con ellas. Más allá de la relación personal, esa fuerza, que podríamos llamar ya más que sexual, erótica (en honor del dios griego del amor Eros), sublimada y concentrada en el amor a Dios, eleva a los místicos de todas las religiones hacia la contemplación del profundo y único misterio que subyace en todas las cosas[14].

A la vista de cómo la fuerza de la sexualidad se convierte en nosotros en relación personal e impulso creativo, tenemos que criticar el modo en que muchos espectáculos y casi toda la publicidad envilecen la sexualidad humana cuando sólo la vinculan al sexo y el placer egoísta que éste proporciona. En una sociedad mercantilista, en que todo se debe reducir a mercancía para tener precio, es comprensible que el amor se reduzca a sexo, porque éste último puede comprarse y venderse; mientras que el verdadero amor, no.

Platón definió el amor como el deseo de engendrar en la belleza. Por belleza entendía el “divino filósofo”, no sólo la belleza física, sino cualquier manifestación del bien. Por supuesto, la belleza física es una forma –bien que inferior- del bien, la lozanía que proporciona el vigor y salud a la juventud, y que nos impulsa sexualmente a engendrar hijos en beneficio más de la especie que de nosotros mismos. Sin embargo el amor más elevado no sólo nos compromete físicamente, sino sobre todo moralmente, porque apunta a la belleza del alma, que se expresa en buenos modales y nobles comportamientos. Este amor ideal[15] es la fuerza que mantiene unidos los contrarios en el universo y nos impulsa a toda especie de creación técnica y artística.

Lo que hacemos con gusto, en efecto, lo hacemos “por amor al arte”, persiguiendo la belleza que proporciona la armonía de los contrarios. Desde luego, lo que mejor hacemos -es claro-, lo hacemos por amor, porque el bien es lo que todos los seres apetecen. Hegel –un sabio romántico- decía que sin “pasión” (en el mejor sentido de la palabra) no podemos hacer nada de valor.

Pero hacer lo que nos gusta o queremos hacer es relativamente fácil y por ello en eso no hallamos mérito alguno, en jugar al fútbol si amas el fútbol, o arriesgar la vida ante un toro bravo si adoras el toreo; la gracia está en conseguir que nos guste, en amar hacer lo que debemos hacer. Nuestros amores deben estar equilibrados con nuestros deberes. O dicho de otro modo, en no equivocarnos respecto a los que de verdad es hermoso y digno de aprecio.

Volvamos al principio, en la primera lección afirmábamos que las finalidades propias de la vida humana son la conservación de la salud, y la consecución de la felicidad viviendo una vida digna. Pues bien, son hermosas de verdad aquellas acciones y relaciones que conservan nuestras salud y nos proporcionan auténtica alegría.

El amor, como la amistad, no es sólo un sentimiento, sino una construcción moral y artística, en gran medida imaginaria, poética. De ahí que cada cultura desarrolle sus propias construcciones eróticas: el amor dorio, el amor galante, el amor romántico. Nace de la escasez y del ingenio, pues amamos lo que no tenemos, lo que nos complementa, lo que nos falta, y lo buscamos resueltamente, ingeniándonoslas para completarnos. En realidad, lo que anhelamos es seguir siendo (conatus), lo que deseamos es la inmortalidad. He aquí también una característica trascendental o trascendente de los humanos, siendo limitados, imperfectos, finitos, no tenemos colmo en el desear, querer y amar. Siempre queremos y amamos más.

Sin embargo, es bueno saber conformarse y apreciar lo que tenemos. Una forma del amor –bastante olvidada- es la gratitud. La gratitud es una virtud que “brilla por su ausencia”. En el tercio opulento del mundo, demasiada gente se cree “con derecho a” tenerlo todo, sin dar nada a cambio, sin sentirse obligado a devolver a la sociedad, o a la humanidad en general, una parte de lo que recibe de ella, empezando por la lengua que habla y le permite ser persona. Pero es difícil que los derechos fundamentales de las personas queden garantizados si todos no nos empeñamos en ello, reconociendo el esfuerzo que la humanidad ha hecho en su larga aventura histórica para reconocerse a sí misma como digna de poseer, social e individualmente, derechos.

Ejercicios

1. Cite los medios anticonceptivos que conoce. Ponga ejemplos de usos responsables y de usos frívolos de medios anticonceptivos.
¿Es el aborto un derecho de las mujeres? Razone su respuesta y busque información sobre la consideración del aborto y su regulación en el derecho español actual.
2. En una de sus famosas aporías
[16] el genial filósofo ateniense Sócrates concluye, aparentemente, que la amistad es imposible, porque los buenos no necesitan de nada ni de nadie, ya que son perfectos y tienen de todo; y los malos no tienen nada para nadie, puesto que ni siquiera se quieren a sí mismos. ¿Es eso cierto. Pruebe a resolver este embrollo...
3. En el 2001, el 47% de los varones españoles confesaban no realizar ninguna tarea en el hogar. Por término medio, las mujeres dedicaban cuatro horas más que los hombres a las tareas domésticas. ¿Le parece esto justo? ¿Cree que las cosas dependen de que trabaje sólo uno o los dos fuera de casa? ¿Debería estar remunerado el trabajo doméstico? ¿Por qué la mujer suele estar más comprometida que su pareja masculina en el cuidado, la crianza y la educación de los hijos?
4. Cree que hoy domina en modelo de familia “sobreproteccionista” en que los padres miman en exceso a los hijos y deciden por ellos. Si valoramos tanto la familia como principal comunidad de afecto humano, ¿por qué resultan tantas veces conflictivas las relaciones familiares?
5. ¿Cree usted que la homosexualidad es una perversión?, ¿una enfermedad?, ¿una inclinación natural?
6. ¿Cree usted que los hijos deben obediencia y respeto a los padres? Matice su respuesta.
7. ¿Debe la mujer abandonar su trabajo en beneficio de la vida familiar? ¿Y el hombre? Explique sus razones.

Textos para comentar

«Marta, Lidia y Ariadna son amigas y residentes en Barcelona. Las tres están entre los 35 y los 40 años. Todas han tenido o tienen novio y ya hay bebés que corretean por casa. La peculiaridad de estas tres mujeres es que un día, hace unos seis años, cuando normalmente una se plantea formar una familia con su pareja, como manda la tradición, ellas decidieron comprar un piso grande con una habitación para Marta, otra para Lidia y otra para Ariadna
[17]. Y sus respectivas parejas siguen siendo, como en aquella copla que decía “novios, siempre novios, no nos casaremos nunca y seremos siempre novios”.
Quizá Concha Piquer ya avanzaba con aquel cante lo que ahora se conoce como parejas LAT , las siglas en inglés de living apart together, es decir, viviendo separados, pero juntos. Son un nuevo modelo de familia, un hombre y una mujer, por ejemplo, que se quieren, que incluso tienen hijos, pero no viven juntos, siempre hay dos domicilios. ¿Es eso una familia?
El concepto familia-hogar, tal y como se ha entendido tradicionalmente tenía que satisfacer tres requisitos: "que existiera convivencia bajo un mismo techo, entre personas unidas por el parentesco, y formando una unidad de carácter económico”, explica la catedrática de Sociología de la Universidad Carlos III Constanza Tobío.
Pero desde la copla de la Piquer ha llovido mucho en este país. Ahora una buena parte de la sociedad entiende que los modelos familiares son tantos como la libertad de elección de las personas. A veces, formar una pareja o un matrimonio, pero vivir separados, ni siquiera es una decisión voluntaria. O no la deseada. Pero ocurre y cada vez con más frecuencia. Los motivos pueden ser muchos, pero uno de los más habituales es el trabajo, sobre todo porque ahora también la mujer gana un salario fuera y no quiere frustrar su carrera profesional por seguir al marido a su destino.
Quizá preferirían dormir bajo el mismo techo, pero han elegido libremente. Y, de paso, han descubierto que este modelo puede ser enriquecedor y eterno sin que se resienta la salud de la pareja...
Aunque este modelo parezca novedoso, ya no lo es tanto. Prueba de ello es que los anglosajones ya lo han bautizado como el movimiento just woman (sólo mujeres)...»

Carmen Morán. “La distancia no es el olvido”. EL PAÍS. 8-9-2008, pg. 28.


Notas
[1] José Antonio Marina ha vinculado la mala conducta ética y la delincuencia al fracaso en la construcción de la inteligencia.
[2] Si sólo son mentales, la psicología las llama traumas. Se ha probado que un porcentaje muy alto de niños maltratados, acaban convirtiéndose en maltratadores... No es de extrañar sabiendo como sabemos la importancia de la imitación en los comportamientos y hábitos más arraigados en nosotros.
[3] La construcción del sujeto social requiere el uso del lenguaje y la interiorización del proceso social de comunicación, en que se integran las relaciones de poder y de deseo, las tradiciones, las normas básicas de comportamiento.
[4] En España y en la actualidad, más de la mitad de los matrimonios fracasan.
[5] En nuestra sociedad la sexualidad se ha envilecido mercantilmente. Los medios nos invitan a consumir sexo gastando en artilugios, cremas, pastillas o en las mil formas de exhibición y prostitución existentes: (pornografía, líneas calientes, streapers shows, sex shops, etc.). Parece cada vez más difícil que comprendamos y respetemos la posición de quien renuncia a la práctica sexual por motivos religiosos o místicos (votos de pureza o de virginidad, etc.).
[6] Sobre los hijos naturales ha pesado durante siglos la consideración negativa del “bastardo”. Un famoso bastardo real fue Don Juan de Austria, hermanastro natural de Felipe II.
[7] Creer que la vida de un varón vale más que la vida de una mujer no es justificable, pero puede explicarse desde una perspectiva antropológica, científica, según el principio epistemológico según el cual no hay fenómeno sin causas o razón suficiente.
[8] El condón se ha convertido en una pieza higiénica importantísima porque impide el contagio de enfermedades venéreas gravísimas (sífilis, gonorrea, sida...).
[9] Lo íntimo es lo interior en forma superlativa, lo más profundo de nosotros mismos. Íntimas no sólo son nuestras partes pudendas, sino también nuestros recuerdos más valiosos o nuestras ilusiones más personales.
[10] El filósofo Hume decía que incluso la sociedad peor organizada es siempre preferible a la soledad. En efecto, diversas especies de depresión y locura le están asociadas.
[11] Recordaremos que el gran filósofo español Ortega y Gasset asignó a estas hermandades de jóvenes varones nada más y nada menos que la fundación “deportiva” del Estado.
[12] Ensayamos aquí una explicación filogenética, desde el punto de vista de lo que hoy sabemos de la evolución del ser humano como especie animal. Soslayamos por el momento los complejos aspectos psicológicos y éticos de la sexualidad.
[13] Algunos antropólogos han llegado a afirmar que los seres humanos viven más que otras especies para poder convertirse en abuelos, porque también los abuelos han resultado imprescindibles en el cuidado y la educación de los nietos. Hoy están de actualidad el abuelo o la abuela “canguros”, a causa de la necesidad de la mayoría de las parejas de obtener remuneración por su trabajo para poder pagar los gastos normales.
[14] No es de extrañar que algunos de los mejores versos eróticos de todos los tiempos los hallemos en místicos como Juan de la Cruz.
[15] Todavía hoy se llama “amor platónico” al amor del alma que busca algo más pleno y hermoso que el contacto físico. Al contrario que algunos de sus seguidores, Platón nunca consideró intrínsecamente perversa la sexualidad, pero pensó que debíamos aprovechar esa fuerza para algo más creativo que el mero “traspaso de fluidos”.
[16] Es un problema de difícil solución y que pone a prueba nuestros recursos intelectuales.
[17] Marta y Lidia son profesoras universitarias, y Ariadna trabajadora social.

7 de abril de 2009

5. Publicidad y Despilfarro


La mecanización y robotización de la industria han favorecido la superproducción de objetos de consumo. El problema para las multinacionales que fabrican coches, detergentes, productos farmacéuticos, complementos deportivos, refrescos, cigarrillos... no es ya producir, sino vender lo producido. Por eso han nacido las técnicas de marketing o merchandising, cuya “varita mágica” es la publicidad. De este modo, el sistema productivo no fabrica lo que el público demanda, sino que fabrica a un público dispuesto a consumir lo que interesa vender para generar beneficios.

Satisfechas las “necesidades básicas”: comer, beber, disponer de techo, calentarse... la producción produce nuevas necesidades y, lo que es más grave, produce seres humanos ansiosos de tener la última novedad tecnológica, el coche más potente (o más espectacularmente "tuneao"), la ropa de marca, las vacaciones más exóticas... La publicidad nos estimula incesantemente a atiborrarnos de alientos prefabricados, juegos electrónicos, vestidos de moda, móviles sofisticados; a cambiar de coche, a viajar, etc. Dicha inclinación nos anima a endeudarnos y a derrochar, pero también a ganar más para poder satisfacer todos esos caprichos, encadenando todo nuestro tiempo a la producción y al consumo. Incluso el tiempo “libre”, deja de serlo para vincularse necesariamente al consumo de ocio industrial: parques temáticos, discotecas, comidas de empresa, etc.

El mecanismo psicológico fundamental de la publicidad es el halago. Es la estrategia que usó el zorro con el cuervo de la fábula:

«Estaba el señor Cuervo posado en un árbol, y tenía en el pico un queso. Atraído por el tufillo, el señor Zorro le habló en estos o parecidos términos: “¡Buenos días, caballero Cuervo! ¡Gallardo y hermoso sois en verdad! Si el canto corresponde a la pluma, os digo que entre los huéspedes de este bosque sois vos el Ave Fénix.”
Al oír esto el Cuervo, no cabía en la piel de gozo, y para hacer alarde de su magnífica voz, abrió el pico, dejando caer la presa. Agarróla el Zorro, y le dijo: “Aprended, señor mío, que el adulador vive siempre a costas del que le atiende: la lección es provechosa; bien vale un queso”.
El Cuervo, avergonzado y mohíno, juró, aunque algo tarde, que no caería más en el garlito.»

El zorro de la publicidad nos hace creer una y otra vez que somos los reyes de la producción, que la industria sólo piensa en satisfacer nuestros menores deseos y gustos, nos adula ofreciéndonos una imagen mejorada de nosotros mismos, haciéndonos pensar que lo merecemos todo, “¡porque tú lo vales!”. Y nosotros caemos en el engaño, dejando caer el “queso” de nuestro tiempo y nuestro dinero y, a veces, incluso de nuestra salud. Piénsese en el problema de los accidentes de tráfico, o del alcoholismo y el consumo de otras drogas destructivas.

De este modo, el discurso publicitario, que es el que domina los Mass Media[1], conforma nuestras mentes y nuestras costumbres. El consumismo despilfarrador, en lugar de granjearnos salud, felicidad o dignidad, nos aleja de estos bienes reales para proporcionarnos otros virtuales, imaginarios y efímeros. Así, llenamos nuestros cuartos y armarios con cosas que no necesitamos, igual que engordamos con alimentos y refrescos que halagan nuestro paladar, con el reclamo del placer fácil e inmediato, pero que resultan a la larga poco o nada saludables[2].

El creciente poder de las multinacionales y de la Internacional Publicitaria es también un agente de homogeneización de usos y costumbres a nivel mundial. Las mismas películas, los mismos pantalones, las mismas músicas pegadizas, las mismas bebidas, la misma estructura de Supermercado, los mismos percings y tatoos, en Asia, Europa, América o África... Aborregamiento, narcosis y evasión a escala planetaria: “cuerpos danones y cerebros petisuisss”...













El objetivo fundamental de la publicidad es vender, pero para ello tiene que poner en marcha –como el zorro- complejas estrategias de seducción para hacernos creer que nuestra felicidad está necesariamente asociada al consumo de cierto producto o servicio, para eso usa procedimientos retóricos muy complejos con los que intenta persuadirnos de que compremos lo que vende. Llama nuestra atención, mostrándose excitante e interesante, despertando deseos, para que llevemos a cabo actos de compra del producto en cuestión (AIDA) [3].

Parece que la publicidad informa, que da buenos consejos y que razona, pero sus aparentes razonamientos no son más que falacias[4] y sofismas[5], con órdenes encubiertas. Todos sus enunciados pueden reducirse a uno: ¡adquiere tal producto o compra tal servicio! La publicidad nos adiestra mediante los mismos mecanismos que los domadores emplean para hacer saltar en la pista a sus animales de circo, mecanismos de asociación estímulo-respuesta[6].

La publicidad nos maleduca, haciéndonos creer que el fin principal y único de la vida humana es la satisfacción de los propios deseos y caprichos[7], nos contagia sus propios valores, que son los valores de la sociedad de consumo:

-La felicidad es el placer de consumir: moral hedonista.
-El modelo de todo progreso es el progreso tecnológico (neofilia:. “Lo nuevo es bueno por ser nuevo”).
-Ludismo, infantilismo, valores festivos. Ocio industrial. Libertinaje.
-Instanteneísmo: Moral de la Cigarra.
-Cultura de lo efímero, del usar y tirar.
-Comodidad, pereza, virtualidad: Moral del mando a distancia. Destrucción de los valores de la espera.
-Igualitarismo y gregarismo, estandarización del consumo bajo la apariencia del producto exclusivo y personalizado.
-Narcisismo, esteticismo egoísta. Culto al cuerpo y al look. Lo que importa no es ser, sino (a)parecer. Lo que no aparece en los monitores no existe.
-Espectacularidad, sociedad del espectáculo y del "famoseo". Lo público devora a lo privado.
-Determinismo y confiscación de la voluntad, bajo la apariencia de una extensión de la capacidad de elegir.
-Competitividad, emulación, deportivismo, velocidad, prisa.
-Cultura del simulacro, de la simulación, del sucedáneo, de lo light.
-Sexualización del amor y fetichismo de la mercancía. Cuánto más valen las cosas, menos valen las personas.
-Sustitución de la comunicación directa por la telecomunicación mediatizada (pay per comunication).

La forma política de la publicidad es la propaganda. El término “propaganda” es más antiguo que el de “publicidad”. Se remonta al siglo XVII cuando el Papa Gregorio XV creo la Congregatio cardinalium de Propaganda Fidei. Una comisión de cardenales que dirigía el adoctrinamiento católico en el extranjero. Pero el término se ha secularizado. Los partidos políticos hacen propaganda de sus ideologías[8] y de sus candidatos con las mismas músicas pegadizas que emplea la publicidad comercial.

La analogía entre la publicidad comercial y la propaganda política es fácil de ver. Si pago por un producto, estoy “votando” por él. Y cuando voto por un candidato político, estoy también decidiendo que una cantidad x de dinero público vaya a las arcas de su partido político, o que él mismo obtenga ingresos del Estado por el legítimo cumplimiento de sus funciones. Desgraciadamente, los partidos políticos, en lugar de presentar con claridad sus ideas y proyectos, explotan el encanto televisivo (telegenia) de sus candidatos, que cuentan con asesores de imagen y estilistas, y a los que no se les permite decir más que aquello que puede seducir al electorado.

La demagogia es una perversión de la democracia y una estrategia que usan ciertos líderes políticos para satisfacer sus propios intereses de poder político o económico, atrayéndose la opinión popular mediante halagos y falsedades, o exaltando los ánimos, apelando a emociones elementales como el miedo o la vanidad. Hitler o Stalin fueron terroríficos demagogos y, luego, tiranos sin escrúpulos. La tiranía es el peor de los sistemas políticos concebibles, porque todos los ciudadanos se convierten en súbditos, en esclavos del déspota o tirano. La democracia puede degeneral en tiranía. No hay que olvidar que Hitler llegó al poder elegido por el pueblo alemán.

Para evitar la demagogia es necesario contar con ciudadanos críticos y bien educados, que no se dejen seducir por la adulación ni arrastrar por el miedo, que no se dejan manipular fácilmente por la labia vana de los charlatanes. De este modo, la buena educación, la educación para el ejercicio activo y crítico de la ciudadanía es una condición de la verdadera democracia.

Cuestiones

1. ¿Puede confundirse la verdadera felicidad con el placer? ¿Son todos los placeres buenos (saludables y dignos)?
2. ¿Todo tiene su precio? ¿Cree usted que todo se puede comprar y vender?
3. ¿Se deja usted influir por la publicidad? ¿Por qué viste usted con pantalones vaqueros? ¿Son cómodos? ¿Son cálidos en invierno? ¿Son fresquitos en verano? ¿Fáciles de lavar y planchar? ¿Cómo es posible que se haya impuesto ese “uniforme” a nivel global?
4. El escritor de ficción científica Frederik Pohl, en su famosa novela Mercaderes del espacio, recrea una sociedad completamente dominada por la publicidad; y en su novela, La Plaga de Midas, un mundo en que el consumo está completamente esclavizado por la producción, y los pobres están obligados a engordar y consumir; mientras los ricos, no. Ese futuro... ¿no ha llegado ya?
5. ¿Es mejor siempre lo nuevo que lo antiguo? Investigue a qué se llama “obsolescencia programada” y por qué la industria programa la caducidad de sus productos.
6. ¿Quién manda en la tele?

Comentario de textos

A. «Yo ya no diré “creación de necesidades”, pues lo apropiado me parece “creación de la necesidad de consumir”, que, a su vez, se reduce a “necesidad de comprar”, en cuanto se opone a “las necesidades”, al ser sustitución de todas ellas y, por lo tanto, negación de cada una de ellas. La publicidad produce el consumidor y, consiguientemente, el hombre en su solo papel de personaje dentro del argumento de la producción; el hombre así producido es cada vez más sustancialmente lo que la economía ha necesitado y decidido que sea: el carburante de la producción. Aquella idea de un “orden natural” que hacía concordar el interés del productor y el del consumidor ha terminado por cantar la gallina en el denigrante espectáculo de ver cómo “la mano invisible” precipita en el supremo escarnio de no poder subsistir más que merced al imponente apoyo de las más escandalosamente visible y más estrepitosamente omnipresente de las manos: la publicidad.
El don de la palabra hizo que el hombre se expatriara para siempre de la naturaleza; por eso la artificiosa y fraudulenta invocación de la naturaleza, de una “armonía natural” para fundamentar la economía, ha terminado por convertir al hombre en un producto de la publicidad, que se le ofrece por teatro y por espejo en que fingirse, exhibirse y contemplarse, haciendo de él un animal falsificado; una figura cabalmente inversa, pero no menos ridícula o sangrantemente degradante, a la de un chimpancé de circo en camiseta y con gorra de visera o la de un oso de zíngaro bailando a son de pandereta o aún la del mismo aleccionado y malhablado loro de la barbería»

Rafael Sánchez Ferlosio. Non olet. “Homo emptor”. Ed. Destino, Barcelona, 2003.

1. ¿Por qué cree Sánchez Ferlosio que el ser humano ha sido degradado por la publicidad a un falso animal?
2. Explique por qué el ser humano reducido a consumidor es el “carburante de la producción”.
3. ¿Cuáles son las funciones de la publicidad?
4. Explique por qué, reducido a producto publicitario, el humano resulta un “animal falsificado”.
5. Explique por qué los “creativos” resumen con el acrónimo AIDA las cuatro funciones principales de los anuncios publicitarios.

B. «Aún no nos hemos dado cuenta de que vivimos en un mundo físico cada vez más violento porque hemos elegido –sobre todo a través de los medios de comunicación de masas- vivir en un mundo mental cada vez más violento.
Cada vez que contemplamos un espectáculo o leemos un relato repleto de violencia, nuestras mentes se impregnan de ella, como si asistiésemos a una violencia real. Lo que es todavía más sorprendente, pagamos voluntariamente por esa clase de violencia, la presenciamos y la convertimos en real dentro de nuestra mente. Cuando hacemos esto una y otra vez, nos volvemos insensibles a ella. De manera paulatina la violencia se convierte en una posible solución a la frustración, la pobreza y la injusticia; podemos acabar incluso aplaudiéndola.
Al seleccionar lo que tomamos de los medios de comunicación social, nos protegemos con respecto a tantos conceptos banales que nos apartan de la posesión en nuestro interior de una alegría permanente. Con muchísima frecuencia se nos han expuesto las mismas ideas manidas: fumar y bebes es signo de refinamiento, conducir a velocidades vertiginosas es signo de valentía, tener una pareja nueva cada día es signo de masculinidad o feminidad, hacer uso de la violencia es signo de fuerza y no comprometerse es signo de libertad. Con razón los místicos afirman que nuestro mundo está vuelto del revés. Estar seguro en todo momento es signo de refinamiento, ser inquebrantable es signo de valentía, estar permanentemente enamorado de alguien es signo de masculinidad o feminidad, perdonar es signo de fuerza y dominar nuestros sentidos y pasiones es signo de libertad»

Eknath Easwaran. Meditación, 1995.

1. ¿Por qué es imprescindible elegir con todo cuidado lo que tomamos de los medios de comunicación?
2. ¿Por qué los Mass Media nos pintan el mundo “del revés”?
3. ¿Es nuestra época más violenta que otras? ¿Por qué cree usted que tienen éxito los espectáculos violentos?

Comente las siguiente frases en relación a lo tratado en la lección:

a) “La prisa mata la ternura” (J. A. Marina)
b) “Todo necio confunde valor y precio” (A. Machado)
c) “Ni se compra ni se vende el cariño verdadero” (canción tradicional).
d) “Creíamos que entrábamos en el mundo de la abundancia. Estamos preparando un mundo de escasez para nuestros hijos, y la escasez genera violencia” N. Sarkozy, (14-1-2007, Discurso del congreso de la UMP, de la Puerta de Versalles).

Notas

[1] Entendemos por Mass Media, los medios de comunicación de masas: televisión, prensa, radio, Internet, vayas publicitarias...
[2] En las "sociedades opulentas", la mala alimentación y la falta de ejercicio, ha provocado problemas de sobrepeso, que incluso afectan a la población infantil. El abuso de los antibióticos, los analgésicos, los antidepresivos, los laxantes, producen efectos secundarios nocivos o acaban haciendo que no sirvan para nada.
[3] AIDA (nombre de una famosa ópera de Verdi) es tbn. el nombre mnemotécnico que usan “los creativos” (publicistas) para referirse a las funciones esenciales que debe cumplir un anuncio: llamar la Atención, conectar con un Interés, despertar Deseos y provocar Acciones de compra.
[4] Una falacia es un argumento que parece bueno pero que no lo es. Ejemplo: “(La Cocacola hace feliz a la gente porque es la chispa de la vida), tú quieres ser feliz, luego debes beber Cocacola”. El argumento es formalmente irrefutable, pero la premisa mayor –entre paréntesis- es sospechosa. La mayoría de los anuncios omiten expresamente la premisa más importante. Simplemente, presentan a gente como nosotros llegando al “éxtasis” gracias al producto que se nos quiere colocar...
[5] Sofismas llamaron los filósofos académicos a los argumentos que usaban los sofistas para hacerse valer ante el público poco instruido. Muchos de estos sofistas fueron charlatanes y demagogos sin escrúpulos, bien capaces de seducir a las masas haciéndoles oír lo que deseaban.
[6] Estos mecanismos de condicionamiento de la conducta han sido estudiados sobre todo por la psicología experimental conductista. Podríamos reducirlos a la estrategia del palo y la zanahoria: lo haces bien, zanahoria (regalo); lo haces mal, palo (p. ej. "nadie se fija en ti").
[7] Por esto se puede decir que la publicidad, más que humanizarnos, nos animaliza.
[8] Por Ideología se entiende una interpretación del mundo conformada por valores, intenciones, ideas e ideales políticos, una especie de filosofía (visión del mundo) publicitaria y/o propagandística.