19 de noviembre de 2008

VIRTUDES Y VICIOS




Virtudes y vicios. La justicia como ideal político

Nadie es malo o bueno por naturaleza, porque no tiene ningún mérito nacer con los ojos azules o el pelo rizado, varón o mujer, ruso o español. Creer que los zurdos (que son “diestros cerebrales”) son “siniestros” o peores moralmente que los diestros es una superstición del pasado. Las personas que nacen con taras físicas o defectos mentales han sido perjudicadas por la naturaleza, por el azar genético o por la mala suerte histórica (como los niños de Chernobyl), no por sus actos y decisiones. No son culpables de sus minusvalías. Merecen pues nuestro respeto y apoyo, y no nuestro desprecio.

Es fácil refutar[1] a alguien que piense que las personas son mejores o peores por su nacimiento, el color de la piel, la inclinación sexual o las capacidades naturales: La idiotez y la imbecilidad son la cosa mejor repartida del mundo, pues hay idiotas de todos los colores, en todas las clases sociales, en todos los países y sin distinción de sexo ni de raza. El mismo argumento nos sirve contra formas de discriminación como el racismo, la xenofobia, el sexismo o la homofobia.

El orden de la naturaleza es pues diferente del orden ético y político, aunque no podamos desvincularlos del todo. Por naturaleza, los varones y las mujeres son obviamente diferentes, pero eso no significa que las leyes deban asignarles diferente dignidad o distintos derechos y obligaciones. Pues desde una perspectiva ética tanto las mujeres como los hombres son personas, y desde una perspectiva civil resultan ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho, autónomos, esto es, capaces de dirigir su vida, si no completamente, al menos en parte.

El Orden Natural refiere a aptitudes heredadas, disposiciones innatas. Es el reino de la necesidad, de lo que no tenemos más remedio que hacer para sobrevivir. El orden natural es explicado por las ciencias naturales.

Por su parte el Orden Moral y Político incluye las actitudes elegidas, las virtudes y los vicios. Es el reino de la libertad, de los actos propiamente humanos. El orden moral debe ser interpretado y comprendido por las ciencias morales. Pero además, en el orden moral debemos dar sentido y justificar lo que hacemos, según principios de justicia.

Desde un punto de vista ético, no son nuestras aptitudes o capacidades innatas, sino nuestras actitudes o hábitos adquiridos, los que nos definen moralmente. Nadie es mejor por nacer aquí o allá, porque nadie ha elegido dónde nacer. Personalmente, Somos lo que hacemos libremente. Nosotros, al contrario que los animales, no sólo tenemos vida, sino también biografía. Es la libertad lo que nos distancia del reino animal y nos hace responsables de nuestros actos, acreedores de premios o de castigos. Y la verdadera libertad entraña conocimiento. La verdad nos hace libres.

Los animales salvajes hacen lo que les da la gana, poseen libre albedrío o arbitrio, pero no pueden ser libres porque no saben lo que hacen ni para qué, ni pueden oponerse a sus instintos. Los seres humanos son capaces de contenerse, de aguantarse; cuando saben lo que hacen, es decir, cuando adquieren uso de razón, obran mal o bien a sabiendas, y por tanto son responsables, o sea, pueden y deben responder de lo que hacen: para bien, si merecen elogios; o para mal, si son culpables de algún delito. Ser ciudadano o ciudadana significa también ser sujeto responsable; poder acceder a los cargos públicos, pero también a las cargas que conlleva el vivir en sociedad.

Cuando elegimos depositar las botellas de vidrio en el contenedor apropiado y lo hacemos una y otra vez -nos guste o no- desarrollamos una buena costumbre. Aun tratándose de una actividad poco o nada placentera, uno puede sentir la satisfacción del deber cumplido sólo si asume como propio dicho deber, si lo reconoce; por el contrario, si tomamos por hábito molestar a los vecinos con la tele “a toda pastilla”, o hacer nuestras necesidades donde nos viene en gana, desarrollamos un mal hábito, y acabaremos convirtiéndonos en “cochinos” integrales, en molestos vecinos, o sea, en malos ciudadanos. Fastidiar a los demás es una prueba de falta de respeto a la humanidad, o de falta de urbanidad, porque -como ya hemos dicho en la lección anterior- el ser humano es un animal político, es decir, urbano ("urbe" significa precisamente ciudad).

A los malos hábitos se les ha llamado tradicionalmente vicios; y a los buenos: virtudes, o excelencias morales. Son los vicios los que nos hacen malas personas; y las virtudes las que nos hacen excelentes ciudadanos. Nuestras malas y buenas costumbres constituyen nuestro carácter moral, el cual merece aprecio o desprecio al ser inevitablemente juzgado por los demás a la vista de nuestros actos. Todos juzgamos el carácter moral de los demás, cuando (nos) decimos, "este tío es legal" o "esa tía es una cabrona". En la actualidad, en la jerga juvenil o mediática[2], se juzga con palabras soeces, impropias o vulgares, porque el vocabulario ético está en decadencia u olvidado. Preciosas palabras como "pusilánime", para referirse a quien tiene "alma de pulga", o "magnánimo" para referirse a quien tiene alma grande y generosa, apenas se emplean. Cuando decimos que "alguien tiene huevos para hacer algo” (por ejemplo, para protestarle al profesor de matemáticas), lo que queremos decir, desde luego, no es que tenga los testículos muy desarrollados o los ovarios hipertrofiados[3], sino que posee una excelencia moral que los griegos llamaron "andreía", coraje o fortaleza de ánimo.

Platón estableció cuatro virtudes fundamentales o “cardinales”. Tres de ellas describen el control de cada una de las partes en que dividió el alma humana:

Alma intelectual: Prudencia (con sede en la cabeza)
Alma emotiva: Coraje, fortaleza de ánimo (con sede en el pecho)
Alma apetitiva: Templanza, sensatez (con sede en el vientre y el bajo vientre)

La sensatez consiste en el control racional de los placeres de la comida, la bebida y la sexualidad. La persona, por ejemplo que "vive para comer, en lugar de comer para vivir" es una persona insensata. La persona que bebe para emborracharse ha desarrollado el vicio de la intemperancia. Las personas cuerdas usan de las cosas y disfrutan de ellas, sin hacerse sus esclavos. Se ve claramente que la insensatez es lo contrario de la templanza, y por tanto es un vicio, un mal hábito del ánimo desiderativo, cuando éste no admite las limitaciones impuestas por la razón.

La personas que huyen de los problemas en lugar de afrontarlos y solucionarlos dan muestras de cobardía. La cobardía es lo contrario del coraje o fortaleza de ánimo, que no hay que confundir con la temeridad. Una persona temeraria no teme aquello que merece ser temido. Si alguien se arriesga a hacer el amor con un perfecto desconocido sin preservativo puede contagiar(se) una grave enfermedad (sida, hepatitis, gonorrea...) o puede causar(se) un embarazo no deseado. Su arrojo no es prueba de valor, sino de temeridad. La enfermedad, la esclavitud, la muerte, la indignidad, son males temibles. No asumir eso es ignorancia, y si esa ignorancia es culpable resulta entonces un vicio o defecto moral, lo contrario de una virtud como la sabiduría a la que también llamamos prudencia.

La persona que no introduce medida en su proceder es imprudente. Prudente llamamos a la persona que introduce orden en su vida, incluida también su vida racional: “Serva ordinem et ordo conservabit te” (guarda el orden y el orden te conservará a ti).

La síntesis de estas tres virtudes, su acuerdo armónico, es la justicia. Un ser humano es justo cuando obra con prudencia, valentía y sensatez en todo. Naturalmente, no existe nadie que actúe siempre justamente, nadie perfectamente justo, todos actuamos alguna vez imprudentemente, cobarde o insensatamente; y puede que nos tengamos que arrepentir de ello el resto de nuestra vida. Pero, que la justicia no esté realizada, que no haya justicia en el mundo, no quiere decir que no debamos usarla como principio orientador, e independientemente de lo que hagan los demás. Pensemos en el individuo que en un momento de obcecación o ira golpea a otro con resultado de muerte... No saber contener razonablemente una emoción como la ira (que en sí misma no es ni buena ni mala) es entendido desde la moral platónica como un acto de cobardía. Así, no es valiente el que, furioso, asesina, sino el que controla sus ganas de asesinar a alguien, a sabiendas de que nadie es tan indigno que no merezca, al menos, la vida.

En cierto sentido, la justicia no es una realidad, sino un ideal al que debemos aproximarnos cuanto podamos. Ulpiano, un jurista romano, definió la justicia como no hacer daño a nadie, dar a cada uno lo suyo y vivir honestamente.

Para Platón, la justicia es el máximo bien del alma (o de la mente humana), visto desde una perspectiva del equilibrio de las acciones propias y ajenas. Decimos por ello que un comportamiento justo es armónico y hermoso, mientras que el comportamiento injusto enferma al alma y nos produce asco o vergüenza moral. Platón pensaba que la justicia por sí sola da salud, dignidad y felicidad al alma humana.

La filósofa Victoria Camps opina que la justicia no es suficiente, que es preciso cuidar y atender a otro valor vecino de la justicia, el valor que consiste en mostrarse unido a otras personas o grupos, compartiendo sus intereses y necesidades, en sentirse solidario del dolor y sufrimiento ajenos. Entiende así la solidaridad como condición de la justicia y como compensación de sus insuficiencias.

Como también pensaba que existe algo así como un alma colectiva de la ciudad, Platón creía que la mejor ciudad, la más saludable y feliz, sería una ciudad perfectamente justa, cuyos gobernantes se comportasen con prudencia, sus soldados con valentía (para defenderla), y sus trabajadores con moderación y cordura en todo.

Cada época olvida unas virtudes y subraya otras. Nosotros apreciamos mucho virtudes políticas como la tolerancia o la solidaridad, pero nos hemos olvidado de otras como la paciencia o la cortesía. Si los derechos fundamentales de las personas son la igualdad y la libertad, debemos considerar virtuosas las prácticas y actitudes coherentes con la búsqueda de la igualdad y la libertad. Al contrario que la ley, que puede entenderse como una imposición que exige obediencia, la virtud es una disposición positiva, algo querido por la voluntad y hecho hábito en el carácter.

Aristóteles, discípulo de Platón, consideró que nuestros sentimientos y deseos son el material del que están hechas nuestras virtudes. Virtud (o excelencia moral) es un término medio entre dos tendencias o afecciones del alma extremas o viciosas (la una por defecto y la otra por exceso). Así, entre la prodigalidad del que lo regala todo, y la avaricia del que no da ni los buenos días, estaría la generosidad, la liberalidad. En el término medio está la virtud, pero el término medio ha de ser encontrado por cada persona particularmente y debe tener como criterio “lo que haría el hombre prudente”, el hombre ejemplar, cuando exista, y ha de tener también en cuenta el sentido de la oportunidad (la ocasión).

Pero, ¿por qué elegimos ser justos en lugar de ser injustos? ¿Por qué necesitamos las normas y aceptamos cumplirlas? Esta cuestión es muy complicada. Para empezar, ya hemos dicho que somos un “animal político”, por consiguiente, para los seres humanos vivir es convivir. Como no podemos vivir solos, hemos de ordenar nuestros actos con los de nuestros próximos (prójimos) porque muchas veces el comportamiento justo (prudente, valiente y sensato) requiere un gran esfuerzo de la voluntad o una dolorosa renuncia a satisfacer cualquiera de nuestros deseos; otras veces, la injusticia aparece como más fácil, útil o conveniente para el individuo que la justicia... Por ejemplo, imagina que tienes un anillo que te convierte en invisible siempre que te apetece, ¿qué te impediría robar, matar o violar cuando te diera la gana? Nadie te vería hacer cosas que prohíben las normas sociales, así que podrías cometer estos actos impunemente, es decir, sin recibir un castigo por ello.

Algunos consideran que los seres humanos son egoístas por naturaleza y que sólo miramos el bien de los demás como propio (bien común) por miedo al “qué dirán” o al castigo, o buscando premios y reconocimientos. Algunos piensan que es el castigo, el miedo al castigo, lo que nos impide obrar mal, y no el respeto a la ley o la solidaridad hacia los demás. Esto permitiría explicar, por ejemplo, por qué disminuyen los accidentes de tráfico cuando aumentan las multas y los controles de la Guardia Civil. Por tanto, parece que, al menos psicológicamente, es el miedo al daño propio lo que nos evita causar daño a los demás. Tal vez esto no debiera ser así, pero ya hemos visto que una cosa es lo que somos por naturaleza y otra cosa lo que debemos ser, y los seres humanos no nos comportamos siempre como debiéramos comportarnos o –dicho de otro modo- el ser humano ideal dista mucho del ser humano real. Esta realidad justifica que se establezcan multas y penas contra los actos injustos.

Muchos de nuestros actos naturales, como comer u orinar, son necesarios y tienen una explicación que ofrecen las ciencias naturales, pero nuestros actos propiamente humanos son conscientes y nacen de nuestra libertad, de nuestras intenciones, que pueden ser buenas o malas intenciones. Dar razón de estos últimos exige una justificación, que es un tipo de razonamiento diferente en el cual no sólo nos remitimos a causas materiales, sino sobre todo a fines y propósitos ideales. Este tipo de razonamiento es propio de las ciencias morales. Así, por ejemplo, si un profesor pregunta a un alumno por qué ha llegado tarde a clase, no espera que este le diga que se ha dormido, sino que justifique por qué ha desestimado el valor de la enseñanza o de la puntualidad. Una justificación puede ser que ha tenido que atender a un bien mayor, por ejemplo cuidar de una persona enferma...

La justificación es por tanto una argumentación cuya razón principal refiere a lo que es bueno para todos. Y todos, en tanto sujetos morales, podemos y debemos dar razón y justificar lo que hacemos. Y también debemos exigir razones si se nos exige obediencia.

Cuestiones

1. Explique por qué nadie es malo o bueno por naturaleza.
2. ¿De qué está compuesto nuestro carácter moral?
3. ¿Qué es la xenofobia?, ¿qué es la homofobia? ¿Tienen justificación?
4. ¿Qué es el sexismo?, ¿qué el racismo? ¿Tienen justificación?
5. Distinga entre un comportamiento valiente y otro temerario. Ponga ejemplos.
6. Escriba una breve semblanza de Platón.
7. ¿Es la virtud natural o artificial?
8. Escriba cuatro ejemplos de ciencias naturales y cuatro de ciencias morales.
9. ¿Somos los seres humanos egoístas por naturaleza? ¿Es lo mismo el “amor propio” que el egoísmo?
10. Los budistas dan mucha importancia a la virtud de la compasión. ¿Es lo mismo que la solidaridad?
11. ¿Qué es la justicia? Distinga entre la justicia como virtud privada y como ideal político.
12.
Distinga entre Moral, Ética y Derecho. ¿Por qué cree usted que se dice que estas disciplinas y saberes son las mejores soluciones que ha encontrado la humanidad para resolver los conflictos?

Textos para comentar

«Confucio dijo: “Cuando las cualidades naturales se imponen sobre las que da la educación, el sujeto en cuestión será un rústico; cuando lo aprendido domina a lo innato, el individuo de que se trate será un vulgar funcionario; cuando lo natural y lo que deriva del estudio están armoniosamente mezclados es cuando nos encontramos ante un hombre superior”». Analectas. Libro VI.

«La naturaleza nos engendra hábiles para la virtud, pero no nos engendra sabios, que lo hemos de procurar» Erasmo de Rótterdam. Apotegmas de sabiduría antigua.

«Quiero ser el presidente que vuelva a poner la moral en el centro de la política. El niño que en la escuela no aprenda ni la moral ni la instrucción cívica, más tarde no entenderá que ser ciudadano no sólo significa tener derechos. El joven que ya no hace el servicio militar cree de buena fe que no tendrá que dar nunca nada a los demás a cambio de lo que recibe. El hombre honesto que ve que el delincuente permanece impune y que parte de sus impuestos cae en el bolsillo del defraudador, acabará preguntándose por qué él habría de ser el único en ser honesto» Nicolás Sarkozy. 14-1.2007. Discurso de la Puerta de Versalles.

«Lo que más me conmueve es la belleza de una vida perfectamente moldeada, donde se ha eliminado cualquier resquicio de egoísmo, y se llega a la armonía entre lo que se piensa, se siente, se dice y se hace» Eknath Easwaran. Meditación, Herder 2002.

[1] “Refutar”: quitarle la razón, hacerle ver que se equivoca.
[2] “Mediática”, de los Mass media o Medios masivos de comunicación (o manipulación): la tele, la radio, la internet...
[3] “Hipertrofiados”, sobredesarrollados, es lo contrario de “atrofiados”.

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